C. S. Lewis (1898-1963)

Nota: En su popular libro Cartas a un diablo novato, C. S. Lewis ofrece discernimiento cristiano sobre las maquinaciones del diablo. Lo hace presentando las cartas ficticias de un demonio mayor y de experiencia, Escrutopo, a un demonio más joven, sobre cómo influenciar a los cristianos para que desobedezcan y pequen. A Dios se le llama «el Enemigo» y a Satanás «Nuestro Padre de Abajo». En esta carta (la no. 8), Escrutopo explica al demonio joven por qué cree él que Dios a veces quita de sus hijos toda conciencia de Su presencia. —DO

Él los inicia con comunicaciones de Su presencia que, aunque débiles, a ellos les parecen fantásticas, con dulzura emocional y fácil victoria sobre la tentación. Pero nunca permite que esta situación se prolongue mucho tiempo. Tarde o temprano retira, si no de hecho, al menos de la experiencia consciente de ellos, todos esos apoyos e incentivos. Deja a la criatura para que se sostenga por sí sola, para que lleve a cabo de su voluntad solamente, las tareas que han perdido todo el gusto. Es en esos períodos, mucho más que durante los momentos culminantes, que la criatura crece hacia lo que Él quiere que sean. De ahí que las oraciones hechas en el estado de sequedad son las que más le agradan. Podemos arrastrar a nuestros pacientes tentándolos continuamente, porque lo que queremos es su muerte, y mientras más se interfiere con su voluntad, mejor. Él no los puede «tentar» a la virtud como nosotros los tentamos al vicio. Él quiere que aprendan a caminar y por tanto debe retirar Su mano; y si solamente existe la voluntad de andar, a Él le agradan hasta los tropiezos de ellos. No te engañes novato. Nuestra causa nunca peligra tanto como cuando un humano, que ya no lo desea pero que todavía lo intenta, hace la voluntad de nuestro Enemigo, mira alrededor en todo el universo del cual parece haber desaparecido todo rastro de Él, pregunta por qué ha sido abandonado, y aun así obedece. —C.S. Lewis
R E F L E X I Ó N
■ ¿Alguna vez experimento el silencio de Dios en mi vida? ¿Cómo puedo aprender en ese horrible silencio a confiar, a ser paciente, a recordar lo espantoso que es estar sin Él?
■ ¿Son mis tropiezos los que afligen a Dios, o es mi negativa a levantarme, confesarlo y seguir andando por el camino correcto?