Cuando nuestros hijos eran pequeños, celebrábamos el Adviento (período que comienza el cuarto domingo antes de la Navidad y se extiende hasta la Noche Buena) colocando una corona de hojas en la mesa y encendiendo velas todas las noches después de cenar. Cantábamos un himno y leíamos un breve pasaje bíblico sobre el nacimiento de Cristo. Era un tiempo especial durante el cual preparábamos nuestro corazón para festejar la Navidad.
Sin embargo, el Adviento es más que eso. Cuando los cristianos comenzaron a celebrarlo, en el siglo iv, no lo consideraban solamente una preparación para conmemorar el nacimiento de Jesús, sino también un período de anticipación de Su segunda venida. Hallaban esperanza y gozo en la promesa contundente del retorno del Señor.
El Evangelio de Lucas relata que «la gloria del Señor» resplandeció alrededor de los pastores cuando el ángel anunció el nacimiento del Salvador (2:9). El mismo Lucas registra la promesa de Jesús de que regresaría «con poder y gran gloria» (21:27). Estos dos acontecimientos delimitan el propósito por el cual el Hijo de Dios vino al mundo.
En latín, adviento significa «venida». Las semanas antes de la Navidad pueden ser una época maravillosa de recogimiento y expectación al celebrar la primera venida del Señor en Belén y anticipar la segunda, cuando regrese en gloria. ¡Cristo vino! ¡Cristo viene otra vez!