Mis amigos y yo anticipábamos dedicar un tiempo a contemplar una colección de obras de arte sobre el hijo pródigo que regresó a su casa y fue recibido por un padre que lo perdonó (Lucas 15). Cuando llegamos a la mesa de informes, observamos los folletos, los libros y un cartel que indicaba adónde ir.
Sobre la mesa, también había un plato con pan, una servilleta y un vaso. Interiormente, cada uno de nosotros se preguntaba qué significaría ese plato. ¿Representaría la celebración de la comunión entre el hijo pródigo y su padre cuando regresó a casa? Sin embargo, cuando lo examinamos más de cerca, todos nos dimos cuenta al mismo tiempo: Alguien había dejado un plato sucio sobre la mesa expositora. Y no era pan, ¡sino sobras de galletas! Nos habíamos imaginado mal.
Nos reímos un buen rato, pero después me hizo pensar en que, a veces, cuando leemos la Biblia, imaginamos lo que realmente dice. Sin embargo, en vez de suponer que nuestras especulaciones son correctas, debemos asegurarnos de que la interpretación sea coherente con toda la Escritura. Pedro dijo que «ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada» (2 Pedro 1:20). Si dependemos de la guía del Espíritu, del estudio detallado del contexto y de la sabiduría de enseñadores bíblicos reconocidos, evitaremos ver cosas en la Palabra que, en realidad, no dice.