Durante un viaje al Lejano Oriente, visité un santuario inusual donde había cientos de estatuas. Según nuestro guía, los adoradores escogían la estatua que más se parecía a un antepasado y le rezaban.
Hace unos años, leí acerca de un estudiante llamado Le Thai. Practicante de la adoración a los antepasados, hallaba gran consuelo al rezarle a su abuela fallecida. Como elevaba sus oraciones a alguien a quien conocía y amaba, sentía que era algo personal e íntimo.
Sin embargo, cuando dejó Vietnam para ir a estudiar a los Estados Unidos, Le Thai escuchó hablar del cristianismo, lo cual le parecía un cuento de hadas basado en el pensamiento occidental. Para él, era la adoración a un Dios nuevo (ver Hechos 17:18).
Entonces, un amigo creyente lo invitó a su casa para la Navidad. Allí vio a una familia cristiana en acción y volvió a escuchar la historia de Jesús. Le Thai prestó atención. Leyó Juan 3, que habla de «nacer de nuevo», e hizo preguntas. Comenzó a sentir la obra convincente del Espíritu Santo. Finalmente, se dio cuenta de que el cristianismo era la verdad y confió en Jesús como su Salvador personal.
Cuando un amigo considere que el cristianismo es una adoración nueva, debemos respetar su posición y, al mismo tiempo, hablarle con bondad del evangelio y darle tiempo para explorar lo que implica. Luego, confiar en que el Espíritu haga Su obra.