Según las encuestas, 43 millones de hogares estadounidenses tienen un perro. Algunos son perros de servicio que asisten a personas con necesidades especiales. Otros se usan para la seguridad o para la caza. Pero la mayoría sirve de compañía.

¿Por qué amamos a nuestros perros? ¿Es porque no nos detenemos a pensar en los pozos que cavaron en nuestros jardines, en las puertas de tela metálica que arruinaron o en el monto que absorben de nuestro dinero sobrante?

Ante esos costos, los dueños podrían decir: «Estas perdiendo de vista algo importante: los perros son miembros de la familia».

Los amamos porque:

  • · nos aman aun cuando otros no lo hacen.
  • · nos reciben con entusiasmo sin preguntar por qué llegamos tarde.
  • · perdonan con más facilidad que las personas.
  • · disfrutan nuestra compañía aun cuando nosotros no nos sentimos bien.
  • · no les importa nuestra apariencia.

¿Puede pedirse más? Una calcomanía para parachoques muestra esta plegaria: «Querido señor, ayúdame a ser como mi perro piensa que soy». Esto puede inducirnos a pensar además de hacernos sonreír. Si nuestros perros pueden darnos motivos para orar, quizás también puedan ayudarnos a comprender el significado real de «el mejor amigo del hombre».

El Amigo que nos ama a pesar de conocer nuestros peores defectos. Aunque los perros pueden intuir nuestra impaciencia, negligencia y ausencia, no comprenden en toda su magnitud los motivos de nuestros actos. Pueden percibir nuestras emociones, pero no identificarían la diferencia si les dijéramos crueldades con voz suave ni comprenderían si les pidiéramos que se quedaran quietos para poder evadir a un vecino que toca a nuestra puerta para pedirnos ayuda.

Por otro lado, la Biblia describe a Alguien que distingue y comprende nuestras fallas… pero sin dejar de amarnos. Según el Antiguo y el Nuevo Testamento, el mejor amigo de todos ve más allá de los defectos y las limitaciones físicas. Examina la tenebrosa profundidad y oscuridad de nuestro corazón, ve lo peor que hay allí y luego nos ofrece, a cambio de nuestra confianza, Su perdón y aceptación completos.

El Amigo que puede suplir nuestras necesidades más profundas. Aunque es cierto que los perros pueden ayudar a aliviar la soledad, a apartar la atención de nosotros mismos y a prevenir las enfermedades producidas por el estrés, sólo son capaces de comenzar a brindar la ayuda que realmente necesitamos.

Sin embargo, el Nuevo Testamento describe a alguien que nos hace conocer Su bondad y poder ahora, y que, a la vez, nos promete completa salud y felicidad para el futuro. Cuando los cuatro Evangelios describen la capacidad de Jesús de sanar los problemas mentales, emocionales y físicos, nos presentan a un Amigo que algún día volverá y usará la eternidad misma para mostrarnos todo lo que puede hacer por nosotros.

Hablando de lo que el Amigo más fiel de todos puede hacer, el libro de Apocalipsis anticipa el día en que «enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apocalipsis 21:4).

El Amigo que deliberada y voluntariamente da Su vida por Sus enemigos. Aunque haya muchas historias de perros que salvaron la vida de sus dueños y de algunos que hasta murieron tratando de protegerlos, tales actos son producto del instinto más que del carácter.

La Biblia describe a alguien que conscientemente y por amor soportó la vergüenza más horrenda y el sufrimiento más cruel para convertir a Sus enemigos en amigos. Hablando de Su muerte voluntaria y sacrificial, el apóstol Pablo escribió: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8).

El Amigo que vive en y a través de nosotros. Aunque un perro fiel y leal puede permanecer en nuestro corazón mucho después de haber muerto, ese afecto que perdura sólo es un recuerdo.

En cambio, Jesús hace mucho más que vivir en nosotros a través de pensamientos tiernos sobre Su amistad. Él da Su Espíritu Santo a todos los que lo aceptan como Salvador. Como escribió el apóstol Pablo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20).

Al ofrecernos Su propia amistad a través de Cristo, nuestro Creador no hace menos importante la lealtad de un perro, el amor de un familiar o el de algún otro amigo querido, sino que aprovecha las alegrías temporales de esta vida para ayudarnos a anhelar un amor que nunca terminará.

Padre celestial, gracias por la amistad y la alegría de un perro cariñoso. Ayúdanos a recordar que lo mejor que esta vida puede ofrecer se nos da para acercar nuestros corazones a ti y a la amistad que da sentido a toda otra alegría.