Un empleado que me ayudó a comprar una pequeña grabadora digital de voz me contó que él tenía una igual cuando trabajaba en California. «Cuando comenzaba el camino de regreso a casa, después del trabajo, la encendía», dijo él, «y hablaba sobre todo lo que había sucedido ese día, lo bueno y lo malo. Cuando entraba el coche al garaje, apretaba el botón para borrar todo». Luego sonrió. Después de contarle todo a su grabadora de voz, aparentemente no tenía necesidad de hablar de los problemas del día con la esposa ni con la familia.

Esto me recordó con cuánta frecuencia suelo contarles, sin necesidad, las decepciones y los problemas a otros, en vez de hablarles de Dios. El salmista escribió: «Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio» (Salmo 62:8). En dos ocasiones, habló acerca de esperar tranquilos en el Señor, su roca y su refugio (vv. 1-2,5-7).

Si bien hallamos gran consuelo al contarle nuestras dificultades a un amigo, nos perdemos la ayuda más grandiosa si no las colocamos delante del Señor. José Scriven lo expresó perfectamente:

¡Oh, qué amigo nos es Cristo! Nuestras culpas él llevó,

Y nos manda que llevemos todo a Dios en oración.

¿Somos tristes y agobiados, y cargados de aflicción?

Esto es porque no llevamos todo a Dios en oración.