La palabra santificar ya no se usa mucho y, cuando se hace, esta tiene una amplia gama de significados. Los cristianos usamos esta palabra cuando decimos el Padrenuestro, en la oración «Santificado sea tu nombre». A menudo, se la relaciona con el último día de octubre, conocido como la víspera del Día de todos los santos o, más popularmente, como Halloween, que es la abreviatura correspondiente en inglés.

En las Escrituras, la palabra santificar tiene otro significado. Cuando santificamos algo, lo apartamos como algo santo.

El nombre de Dios no es lo único que hemos de santificar. Nosotros también hemos de ser santificados. Pablo instó a Timoteo a ser un instrumento santificado y útil para Dios, siguiendo «la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor» y evitando «las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas» (2 Timoteo 2:21-23).

En este último día de octubre, niños y niñas en muchos lugares estarán llevando bolsas llenas de caramelos. Al pensar en ellos, podemos preguntarnos: «¿Qué es lo que llena la esencia de mi vida? ¿Será alguna amarga actitud que me lleva a cuestiones necias e insensatas o un espíritu dulce que me lleva a la justicia, la fe, el amor y la paz?»

Podemos santificar el día de hoy y cada día, apartándonos para Dios y para que Él nos pueda usar.