Al preguntar a personas que sufren, «¿quién te ayudó?», nadie menciona a catedráticos de teología de algún prestigioso seminario ni a ningún filósofo famoso. Todos tenemos la misma capacidad de ayudar a los que sufren.

Nadie puede empaquetar o embotellar la respuesta «apropiada» al sufrimiento. Cuando preguntamos a los que están sufriendo, algunos recuerdan a algún amigo que con alegría los ayudó distrayéndolos de su pesar. Otros consideran ese enfoque insultante. Algunos quieren una charla franca y honesta; otros encuentran dicha conversación insoportablemente deprimente.

No existe una cura mágica para la persona que sufre. Por encima de todo, dicha persona necesita amor, porque este instintivamente detecta lo que hace falta. Jean Vanier, fundador del movimiento L’Arche (El Arca), para los que sufren discapacidad, dice: «Las personas heridas, que han sido quebrantadas por el sufrimiento y la enfermedad, sólo piden una cosa: un corazón que las ame y se comprometa con ellas, un corazón lleno de esperanza en ellas».

Puede que tal amor sea doloroso para nosotros, pero el apóstol Pablo nos recuerda que el amor verdadero, «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Corintios 13:7).

En Su habitual forma de hacer las cosas, Dios usa a personas corrientes para producir Su sanidad. Los que sufren no necesitan nuestro conocimiento, sino nuestro amor.