La fe cristiana debe marcar una diferencia en cuanto a cómo vivimos cada día; pero la prueba de nuestra confianza en el evangelio es nuestra reacción ante la muerte. Cuando asistimos a un funeral en memoria de algún amigo cristiano, damos honra a un creyente cuya confianza ha bendecido las vidas de aquellos que lo conocieron. Las palabras dichas son más la expresión de alabanza a Dios que un tributo a un admirado compañero de peregrinaje. El servicio religioso es un testimonio que da gloria a Dios por la victoria de nuestro Salvador sobre la muerte (1 Corintios 15:54-57).
Cuán diferente es esto del funeral de Charles Bradlaugh, un beligerante ateo británico. El escritor Arthur Porritt dice: «No se pronunció oración alguna junto al sepulcro. Es más, no se pronunció ninguna palabra. Los restos, guardados en un ligero ataúd, fueron colocados en la tierra de manera bastante carente de ceremonia, como si se quitara apresuradamente la carroña de la vista […]. Salí de allí con el corazón helado. Sólo entonces caí en la cuenta de que la pérdida de la fe en la continuidad de la personalidad humana después de la muerte le da a esta una espantosa victoria».
Los cristianos creemos que veremos cara a cara al Señor después de la muerte y la resurrección final de nuestros cuerpos (1 Corintios 15:42-55; 1 Tesalonicenses 4:15-18). ¿Se regocija tu fe en la victoria sobre la muerte?