La ceremonia de apertura de las Olimpiadas de Pekín el 8 de agosto del 2008 impresionó al mundo. Yo la vi por televisión, mientras que más de 90 000 personas la presenciaron en vivo en el Estadio del Nido del Ave. Fue algo inspirador escuchar acerca de los 5 000 años de historia de China y los inventos con los que este país había contribuido al mundo: la elaboración del papel, la impresión con tipos móviles, el compás y los fuegos artificiales.
La reina de Sabá quedó muy impresionada con lo que vio al visitar a Salomón (1 Reyes 10:4-5). Las vistas de Jerusalén la abrumaron al punto de exclamar: «Ni aun se me dijo la mitad» (v.7). Por encima de todo, ella estaba impresionada con la sabiduría de Salomón (vv.6-7). Estaba convencida de que los súbditos del rey eran felices porque continuamente estaban delante de él y escuchaban su sabiduría (v.8). Concluyó alabando al Señor de Salomón por haberlo hecho rey, para que «h[iciera] derecho y justicia» (v.9).
El impacto que Salomón tuvo sobre su pueblo hizo que me preguntara acerca de nuestra contribución al mundo. No nos preocupa impresionar a los demás con nuestras posesiones o habilidades, pero todos deberíamos querer marcar una diferencia en las vidas de las personas. ¿Qué pasaría si cada uno de nosotros hiciera hoy algo que llevase a las personas a alabar al Señor?