En su libro Musicophilia: Tales of Music and the Brain (Musicofilia: Historias de la música y el cerebro), Oliver Sacks dedica un capítulo al papel terapéutico de la música en las personas que padecen la enfermedad de Alzheimer. Observó a personas con demencia avanzada responder a canciones que les traían de vuelta recuerdos que parecían haber perdido: «Los rostros se iluminaban de expresión cuando reconocían la vieja música y sentían su emotivo poder. Una o dos personas, tal vez, comenzaban a cantar la letra, otras se les unían, y pronto todas ellas (muchas de las cuales habían permanecido sin hablar anteriormente) estaban cantando, hasta donde su capacidad les permitía».
He visto suceder esto en los servicios dominicales de la institución que cuida a enfermos de Alzheimer donde vive mi suegra. Tal vez tú lo hayas experimentado con algún ser querido cuya mente ha quedado nublada, y una canción ha dado lugar a un estado de conciencia que viene de lo más profundo.
Pablo alentó a los efesios: «Sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones» (Efesios 5:18-19). Los cantos que glorifican a Dios pueden alcanzar el nivel más profundo donde el significado jamás se desvanece. Más que palabras, armonía o pensamiento consciente, la música es buena para el corazón y el alma.