Con un puñado de copos de cereal crucé de puntillas la terraza en mi patio de atrás tratando de acercarme sigilosamente a los peces de la laguna. Tal vez fue mi sombra sobre el agua, o quizá no fui tan sigilosa como creí. Al acercarme a la verja, quince enormes peces dorados nadaron a toda velocidad hacia mí abriendo y cerrando frenéticamente sus grandes bocas, anticipando ansiosamente el esperado festín.

Entonces, ¿por qué los peces agitaron las aletas con tanta furia? Porque mi sola presencia desencadenó una respuesta condicionada en sus diminutos cerebritos de pez, que les dijo que tenía algo especial para darles.

Ojalá tuviéramos siempre una respuesta así para Dios y Su deseo de darnos buenas dádivas; una respuesta basada en nuestra experiencia pasada con Él que fluyese de un conocimiento profundamente arraigado de Su carácter.

El misionero William Carey declaró: «Espera grandes cosas de parte de Dios. Intenta grandes cosas para Dios». Dios desea equiparnos de manera perfecta para lo que Él quiere que hagamos, y nos invita a «entrar confiadamente» para encontrar misericordia y gracia en tiempo de necesidad (Hebreos 4:16).

Cuando, como hijos de Dios, estamos viviendo con fe, podemos tener una expectación emocionante y una tranquila confianza en que Dios nos dará exactamente lo que nos haga falta, cuando lo necesitemos (Mateo 7:8-11).