Me sostiene
Cuando dejé de viajar en familia con mis padres, raras veces iba a visitar a mis abuelos, los cuales vivían a cientos de kilómetros de casa. Así que, un día, decidí tomar un avión para ir a visitarlos durante un fin de semana largo. Mientras íbamos al aeropuerto para mi vuelo de regreso, mi abuela, que nunca había volado, empezó a transmitirme sus temores: «Ese avión en que viniste era tan pequeño… En realidad, no hay nada que te sostenga allí arriba, ¿no? A mí me daría muchísimo miedo subir a esa altura».
Un perfume y una carta
Cada vez que paso junto a un rosal o a un ramo de flores, no puedo resistir la tentación de acercar una flor a mi nariz para sentir el perfume. El aroma agradable me incentiva y despierta en mi interior sensaciones agradables.
Los planes de Dios
Un oficial del ejército puede tener un plan general, pero, antes de cada batalla, debe recibir y dar instrucciones nuevas. Josué, un líder del pueblo de Dios, tuvo que aprender esta lección. Después de que los israelitas pasaron 40 años en el desierto, el Señor escogió a Josué para que los liderara en la entrada a la tierra que Él les había prometido.
Ondas de esperanza
En 1966, el senador estadounidense Robert Kennedy hizo una visita influyente a Sudáfrica, donde brindó palabras de ánimo a los opositores del apartheid en su famoso discurso «Una ola de esperanza», pronunciado en la Universidad de Ciudad del Cabo. Declaró: «Cada vez que un hombre lucha por un ideal, o actúa para ayudar a otros o se rebela ante la injusticia, está generando una pequeña ola de esperanza, y millones de esas pequeñas olas, cruzándose entre sí y sumando intensidad, forman un maremoto capaz de derrumbar los muros de resistencia y opresión más poderosos».
Continuará…
Durante mi niñez y adolescencia, en la década de 1950, los sábados por la tarde solía asistir a un cine local. Junto con dibujos animados y una película, presentaban una serie de aventuras que siempre terminaba con el héroe o la heroína enfrentando una situación difícil. Daba la impresión de que no había salida, pero cada episodio terminaba con la palabra «Continuará…».
Candados del amor
Los «candados del amor» son un fenómeno creciente. Miles de personas enamoradas han colocado estos candados en puentes, puertas y cercas en todo el mundo. Las parejas graban sus nombres en ellos y los colocan en lugares públicos como un símbolo de su amor eterno. A algunas autoridades no les gusta debido al peligro que pueden generar si se colocan demasiados. Algunos piensan que son actos vandálicos, mientras que otros los consideran obras artísticas hermosas y cuadros del compromiso del amor.
El poder de la gente
Un hombre estaba subiendo a un tren en Perth, Australia, cuando resbaló y la pierna le quedó atrapada en el espacio entre el vagón y la plataforma de la estación. Decenas de personas se acercaron rápidamente para ayudarlo. Con todas sus fuerzas, empujaron el vagón hacia el costado, ¡y el hombre fue liberado! En una entrevista, el vocero del servicio ferroviario declaró: «De algún modo, todos participaron. Fue el poder de la gente que salvó a alguien de un posible daño grave».
La tiranía de la perfección
Al Dr. Goldman lo obsesionaba ser perfecto al tratar a sus pacientes. Sin embargo, en un programa de amplia difusión, admitió que había cometido errores. Reveló que, luego de tratar a una mujer en la sala de primeros auxilios, decidió darle el alta. Más tarde, una enfermera le preguntó: «¿Recuerda a esa paciente que mandó a su casa? Bueno, volvió». La habían vuelto a internar y murió. La situación lo devastó. Se esforzó aun más para ser perfecto, pero aprendió lo inevitable: es imposible ser perfecto.
La edad no importa
Después de trabajar durante 50 años en su consultorio dental, Dave Bowman planeaba jubilarse y descansar. La diabetes y una cirugía cardíaca confirmaron su intención. Sin embargo, cuando escuchó sobre un grupo de refugiados jóvenes en Sudán, que necesitaban ayuda, tomó una decisión que transformó su vida: accedió a patrocinarlos.
No lo pospongas
Durante años, le hablé a mi primo lejano sobre su necesidad de un Salvador. Hace poco, cuando vino a visitarme y volví a invitarlo a recibir a Cristo, respondió de inmediato: «Me gustaría aceptar a Cristo y unirme a una iglesia, pero todavía no. Vivo entre personas con otras creencias. A menos que me mude, no podré practicar bien mi fe». La persecución, el ridículo y la presión de sus pares fueron las excusas para posponer su decisión.