La Biblia es una parte importante de nuestra continua conversación con el Señor.

Un obstáculo común para orar con confianza es la sensación de que nadie escucha. Nos sentimos como la esposa que trata de hablar con su marido mientras él lee la página de los deportes del periódico, o el padre que habla a sus hijos adolescentes mientras estos escuchan música.

No hay respuesta, ni comentarios, ni siquiera un ocasional asentimiento.

Cuando esto pasa, comenzamos a ver la oración como nada más que un ritual. Hemos perdido de vista la verdad de que Dios está profundamente interesado en nosotros y escucha intensamente cada palabra de nuestras oraciones. El propósito de la oración es crear una viva interacción entre nosotros y un Ser viviente, amoroso, con quien tenemos una relación íntima y creciente. “Casi hemos olvidado -escribió A. W. Tozer en La búsqueda de Dios- que Dios es un ser personal, y que, como tal, puede cultivar [una relación] como cualquier otra persona”. Cuando nos parece que Dios no está escuchando, necesitamos centrarnos en dos aspectos vitales de la oración.

Confianza para escuchar a Dios. La oración no es meramente lo que le decimos a Dios. Es responder reflexivamente a lo que Él ya nos ha dicho y a lo que nos habla constantemente a través de su Palabra. Por esta razón, la Biblia es una parte importante de nuestra continua conversación con el Señor.

Una manera de llevar una conversación con Dios es abrir las Escrituras en un Salmo o en un párrafo de las epístolas. Lee en actitud de reflexión para que descubras lo que el texto te está diciendo a ti acerca de los pensamientos y valores de Dios. Observa con atención y reverencia la mente de Aquel que inspiró esas palabras. Pídele que te ayude a descubrir los intereses y deseos de su corazón. Luego, responde de corazón en forma de conversación a lo que estás oyendo. Cuando lo hagas, comenzarás a desarrollar la confianza de saber lo que es importante para Dios y a descubrir lo que Él está haciendo en tu propio corazón.

Por ejemplo, cuando un esposo ora en respuesta a las palabras de 1 Corintios 13, sabrá qué piensa Dios acerca del amor y aplicará ese conocimiento a su relación con su esposa. Tal vez las palabras el amor es sufrido le hablen de la impaciencia con que ha tratado a su esposa. Esto, a su vez, debería llevarle a aceptar de buena gana que tiene que cambiar su actitud y conducta.

Es difícil escuchar a Dios cuando nosotros somos los únicos que hablamos.

François Fenelon escribió: “Calla, y escucha a Dios. Deja que tu corazón se halle en tal estado de preparación que su Espíritu te permita comprender con claridad las virtudes que le agraden. Esa ausencia de afecto exterior y terrenal, y de pensamientos humanos en nuestro interior es esencial si hemos de escuchar esa voz”.

No será una voz audible, pero sabrás que es la voz del Espíritu cuando lo escuches aplicar las verdades de la Escritura con suavidad, amor y fuerza a las circunstancias y preocupaciones de tu vida.

Una noche, cuando Natán, mi nieto, se encontraba sumamente enfermo, desperté y me puse a orar por él. Permanecí en actitud de oración, en silencio delante del Señor. De pronto me di cuenta de cierta insensibilidad en particular de parte mía hacia las necesidades de Shirley, mi esposa. Vi cómo mis actitudes no estaban de acuerdo con las palabras ni el corazón de Dios. Reconocí una necesidad en su vida que durante años no había visto. Pedí perdón y ayuda a Dios.

Al día siguiente comencé a hacer los cambios debidos en mi conducta hacia ella. ¡Qué distintas son las cosas ahora! Estoy convencido de que esta es la forma en que Dios nos habla cuando guardamos silencio ante Él.

Confianza para responder a Dios. Escuchar a Dios nos hará actuar y hablar. Las palabras son solo el comienzo. Por ejemplo, si leemos 1 Corintios 15, exaltaremos al Señor por la gran victoria de la resurrección y la esperanza que conlleva. Sin embargo, nuestra respuesta tendrá un mayor alcance. Nos dará mayor confianza al enfrentar un enemigo espiritual ya derrotado. Nos dará las palabras que necesitamos comunicar a alguien que está desahuciado. Nos dará el poder para enfrentar los problemas diarios de la vida. Puede que nos haga abandonar alguna actitud o hábito pecaminoso.

Cuando oramos, debemos estar listos para actuar. Mientras más profunda sea la oración en las Escrituras, en la mente de Dios, más radical podría ser la acción. Podría llevarnos a la sala de alguien a compartir una pesada carga. Podría llevarnos al pasado para lidiar con alguna herida no sanada que hayamos recibido o infligido. Podría cambiar nuestros planes drásticamente; podríamos terminar en algún lugar extraño haciendo cosas que nunca pensamos que haríamos ni que podríamos hacer. Esto se debe a que nuestra oración es a Dios, y Él no es un ser plácido e inerte. Es el Dios viviente que irrumpe en nuestras vidas con su sobrecogedor poder y nos cambia dramática e impredeciblemente cuando le respondemos. Pero también podría dejarnos en el mismo sitio. Eso es válido. ¡Él es Dios!

Cuando nos inclinamos ante Dios con nuestras necesidades y peticiones, creemos que somos los iniciadores. Sin embargo, puede ser que toda oración sea una respuesta a Dios. Eso fue lo que enseñó el noruego Ole Hallesby en su libro clásico titulado Player [Oración]. Ole consideraba que las palabras de Jesús en Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo…” son la llave que abre la puerta de la oración. Y, ¿cómo llama Cristo? A través de las condiciones y circunstancias de nuestra experiencia que nos llevan a Él en oración. Ahora que lo pienso, mis oraciones por el pequeño Natán eran una respuesta. Jesús había estado llamando a la puerta de mi vida por medio de las necesidades físicas de mi nieto.

 

Extrato do libreto – «El valor el estres»  de la serie Tiempo de Buscar de Ministerios Nuestro Pan Diario.