Dios de lo común y corriente
A veces, cuando escuchamos que Dios hizo algo increíble en la vida de alguien, nos gozamos, pero quizá también nos preguntemos por qué el Señor no ha obrado así en nuestra vida últimamente.
Repite después de mí
Cuando Rebeca apareció en el escenario para hablar en una conferencia, sus primeras palabras en el micrófono resonaron en toda la sala. Se estremeció al escuchar el eco de sus palabras, y tuvo que modular su voz e intentar ignorar el eco cada vez que pronunciaba una frase.
Lágrimas y risa
El año pasado, volví a conectarme con unas amigas que no veía hace mucho tiempo. Nos reímos y disfrutamos del reencuentro, pero también lloré, porque las había extrañado mucho.
Red de seguridad
Durante años, pensé que el Sermón del Monte (Mateo 5–7), como la guía para la conducta humana, era un estándar inalcanzable. ¿Cómo pude dejar de ver su verdadero significado? Las palabras de Jesús no fueron para frustrarnos, sino para mostrarnos cómo es Dios.
Nuestro nombre nuevo
Ella decía que era la reina de las preocupaciones, pero, cuando su hijo tuvo un accidente, aprendió a escapar de ese rótulo limitante. Mientras el muchacho se recuperaba, ella se reunía todas las semanas para hablar y orar con unas amigas. Pasaron los meses y, a medida que esta mujer transformaba sus temores e inquietudes en oración, se dio cuenta de que estaba dejando de ser la reina de las preocupaciones para transformarse en una guerrera de oración. Percibió que Dios estaba dándole un nuevo nombre, y que su identidad en Cristo era cada vez más profunda gracias a la lucha de un dolor imprevisto.
Lo que realmente importa
Dos hombres se sentaron a evaluar un viaje de negocios y sus resultados. Para uno, había valido la pena, porque había entablado relaciones empresariales importantes. El otro declaró: «Los contactos están bien, pero lo más importante es vender». Evidentemente, tenían objetivos muy diferentes.
Muchísimo mejor
A l escuchar una sirena a la distancia, un niñito le preguntó a su madre qué era ese ruido. Ella le explicó que avisaba que se acercaba un tornado que podía matar a los que no se refugiaran. El niño respondió: «¿Qué tiene de malo? Si morimos, ¿no nos vamos a encontrar con Jesús?».
¡Cuéntalo!
Era el año 1975, y me acababa de suceder algo importante. Fui a buscar a Francis, mi amigo y confidente, para contárselo. Lo encontré en su apartamento, preparándose para salir de inmediato. Él percibió que tenía algo importante que decirle, y me preguntó: «¿Qué sucede?». Entonces, se lo dije sin rodeos: «¡Ayer acepté a Jesús como mi Salvador!».
Romper para restaurar
Durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre sirvió en el ejército estadounidense en el Pacífico Sur. En esa época, rechazaba cualquier idea religiosa, declarando: «No necesito ninguna muleta». Sin embargo, llegó el día en que su actitud hacia las cuestiones espirituales cambiaría para siempre. Mi madre estaba por dar a luz a su tercer hijo, y mi hermano y yo nos fuimos a acostar entusiasmados por conocer a un nuevo hermanito. Cuando me levanté a la mañana siguiente, le pregunté ansioso a papá: «¿Es un varón o una nena?». Me respondió: «Era una niña, pero nació muerta». Lloramos juntos y lamentamos nuestra pérdida.
La belleza de Roma
L a gloria del Imperio Romano proporcionó el telón de fondo para el nacimiento de Jesús. En 27 a.C., Augusto César, el primer emperador romano, dio fin a 200 años de guerra civil y empezó a llenar los vecindarios destruidos con monumentos, templos, plazas y complejos gubernamentales. Según el historiador romano Plinio el Viejo, eran «los edificios más hermosos que el mundo ha visto».