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Una alternativa al enojo

Una mañana, en Perth, Australia, Fionn Mulholland descubrió que su auto había desaparecido. Entonces, se dio cuenta de que, por error, había estacionado en una zona restringida y lo habían remolcado. Después de considerar la situación (y la multa de 600 dólares), se sintió frustrado, pero decidió no enojarse con la persona que lo asistiría para recuperar su auto. En cambio, Mulholland escribió un poema cómico sobre la situación y se lo leyó al empleado del corralón. Al hombre le gustó el poema, y se evitó una posible confrontación desagradable.

Aprender el idioma

Me paré frente a la congregación en una pequeña iglesia jamaiquina y dije, en mi mejor dialecto local: «¿Wa Guan, Jamaica?». La reacción fue mejor de lo que esperaba, y me recibieron con sonrisas y aplausos.

Alguien a quién tocar

Los pasajeros de un tren subterráneo presenciaron una emocionante conclusión a un momento de tensión. Con dulzura, una mujer de 70 años le ofreció la mano a un joven cuya voz fuerte y palabras perturbadoras estaban asustando a los demás pasajeros. La bondad de la mujer calmó al hombre, quien se arrodilló en el tren, conmovido. Le dijo: «Gracias, abuela», se levantó y se fue. Más adelante, la mujer admitió que tuvo miedo. Pero afirmó: «Yo soy madre, y él necesitaba alguien a quién tocar». Aunque el sentido común le habría indicado que mantuviera distancia, ella se arriesgó por amor.

No te rindas

Bob Foster, mi mentor y amigo por más de 50 años, nunca se dio por vencido conmigo. Su amistad y ánimo inmutables, incluso en mis momentos más oscuros, me ayudaron a seguir adelante.

Las pequeñas cosas

Mi amiga Gloria nos llamó entusiasmada. No podía salir de su casa, excepto para ir al médico. Así que entendí su alegría cuando me dijo: «Mi hijo acaba de conectar parlantes a mi computadora. ¡Ya puedo ir a la iglesia!». Ahora, podía escuchar la transmisión en vivo de la reunión. No paraba de hablar de la bondad de Dios y del «mejor regalo que mi hijo podría haberme dado».

El piano que encogía

Durante tres años consecutivos, mi hijo participó de un recital de piano. El último año que tocó, lo observé subir los escalones y preparar su partitura. Después de tocar, se sentó junto a mí y susurró: «Mamá, este año, el piano es más pequeño». Le contesté: «No, es el mismo piano del año pasado. ¡Tú estás más grande!».

Siempre escucha

Papá era un hombre de pocas palabras. Tenía daño auditivo debido a años de servicio militar, y usaba audífonos. Una tarde, mientras Mamá y yo hablábamos un poco más de lo que a él le parecía necesario, Papá respondió bromeando: «Siempre que quiero un poco de paz y silencio, lo único que tengo que hacer es esto». Levantó las manos, apagó sus audífonos y cerró los ojos, con una sonrisa serena.

El don de dar

Un pastor le propuso un desafío inquietante a su iglesia: «¿Qué sucedería si le diéramos a alguien necesitado el abrigo que estamos usando?». Entonces, se sacó su propio abrigo y lo colocó al frente de la iglesia. Decenas de otras personas siguieron su ejemplo. Esto fue durante el invierno, así que el viaje a casa no fue muy cómodo ese día. Sin embargo, para muchas personas necesitadas, esto significó un cálido abrazo.

Déjate guiar

Para nuestro aniversario de bodas, mi esposo alquiló una bicicleta tándem para que disfrutáramos de una romántica aventura juntos. Al empezar a pedalear, pronto me di cuenta de que, como yo iba atrás, los amplios hombros de mi esposo eclipsaban mi visión del camino. Además, mi manubrio era fijo y no afectaba la dirección de la bicicleta. El manubrio frontal era el que determinaba nuestra dirección; el mío servía solo para apoyarme. Tenía la opción de sentirme frustrada por mi falta de control o disfrutar del paseo y confiar en que Mike nos guiaría a salvo por el camino.

Grato olor

La escritora Rita Snowden cuenta que, una tarde, sentada afuera de un café en Dover, Inglaterra, mientras disfrutaba una taza de té, sintió un aroma delicioso. Rita le preguntó al mesero de dónde venía, y este respondió que era la gente que pasaba. La mayoría de los pueblerinos trabajaban en una fábrica cercana de perfume. Cuando regresaban a su casa, llevaban a la calle la fragancia que les impregnaba la ropa.