Esperanza eterna
Dos meses después de la muerte de mi madre, las compras y decoraciones de la semana anterior a la Navidad no eran mi prioridad. Resistía los intentos de mi esposo de consolarme. Estaba callada y malhumorada mientras mi hijo colocaba luces navideñas en las paredes de nuestra casa. Sin pronunciar palabra, él conectó el cable antes de irse con su padre a trabajar.
Confiar en Dios aunque…
Por una lesión que tuve en 1992, sufro dolor crónico en la espalda, los hombros y el cuello. No siempre es fácil confiar en el Señor y alabarlo cuando me siento más dolorida y desanimada. Pero, justamente, en esos momentos insoportables, la presencia constante de Dios me consuela y me fortalece, al asegurarme de su bondad inmutable, su poder ilimitado y su gracia sustentadora. Y, en los momentos de duda, la fe de Sadrac, Mesac y Abed-nego me alientan, ya que ellos adoraron a Dios y confiaron en Él aun cuando su situación parecía sin salida.
Obras de arte
Mi padre crea aljabas personalizadas para arqueros, y talla imágenes silvestres sobre cuero antes de coser el material.
Cómputo de confianza
Antes de que mi esposo y yo recibiéramos a Cristo, pensamos seriamente en divorciarnos. Pero, después de comprometernos a amar a Dios y obedecerle, renovamos nuestro compromiso mutuo. Buscamos consejo sabio y le pedimos a Dios que nos transformara individualmente y como pareja. El Señor sigue ayudándonos y enseñándonos a amarlo y confiar en Él —y entre nosotros— independientemente de lo que pase.
¡Tenemos el poder!
El ruido fuerte me alarmó. Al reconocer el sonido, corrí hacia la cocina. Accidentalmente, había encendido la cafetera vacía. La desenchufé y tomé el mango del recipiente. Después, palpé el fondo para asegurarme de que no estuviera demasiado caliente para apoyarlo sobre la mesada, y la suave superficie me quemó los dedos, dejando ampollas en mi piel.
Agridulce
Cuando nuestro hijito mordió por primera vez un gajo de limón, frunció la nariz y sacó la lengua. «Puaj», dijo, por lo amargo. Me sonreí y quise tomar el trozo de fruta, con la intención de tirarlo a la basura.
«¡No!—gritó mientras se alejaba corriendo—. Más puaj». Fruncía los labios cada vez que mordía y saltaba el jugo. Finalmente, me dio la piel…
¡Tenemos un rey!
Después de atacar a mi esposo con palabras hirientes cuando algo no salió como yo quería, desdeñé la autoridad del Espíritu Santo al recordarme versículos bíblicos que revelaban mi actitud pecaminosa. ¿Valía la pena dañar mi matrimonio o desobedecer a Dios con tal de satisfacer mi orgullo testarudo? Para nada. Pero, para cuando pedí perdón al Señor y a mi esposo, ya se había generado una secuela de heridas; el resultado de ignorar consejos sabios y de vivir como se me antojaba.
Adoración invalorable
Adoro y sirvo al Señor escribiendo; más aun ahora, cuando los problemas de salud reducen mi movilidad. Por eso, cuando un conocido dijo que lo que yo escribía no servía, me desanimé y dudé del valor de mis pequeñas ofrendas a Dios.
Fruto desbordante
Durante la primavera y el verano, admiro los frutos que crecen en el patio de mi vecino. Hay ramas salpicadas de ciruelas, uvas y naranjas que cuelgan a nuestro alcance.
No más culpa
Cuando era adolescente, invité a una amiga a mirar una tienda de souvenirs cerca de mi casa. Pero ella me horrorizó al meterme un puñado de broches para el cabello en el bolsillo y sacarme del negocio sin pagar. La culpa me carcomió durante una semana, hasta que acudí a mi mamá y le confesé todo entre lágrimas.