Verdad, mentiras y justicieros
Durante la temporada de béisbol de 2018, un entrenador de los Chicago Cubs quiso regalarle una pelota de béisbol a un niño que estaba sentado junto al banquillo. Pero cuando se la arrojó para que la atrapara, un hombre la atajó. El video de lo sucedido se viralizó. Los medios despedazaron a aquel «bruto». Sin embargo, los espectadores no conocían toda la historia. Anteriormente, el hombre había ayudado al muchacho a atrapar una bola perdida y habían acordado compartir la siguiente. Por desgracia, pasaron 24 horas antes de que surgiera la verdad. Las multitudes ya habían hecho estragos, demonizando a un hombre inocente.
Problemas buenos
Cuando John Lewis, congresista y líder de los derechos civiles estadounidense, murió en 2020, muchos se lamentaron. Durante una marcha por los derechos de los ciudadanos negros a votar, Lewis se fisuró el cráneo y sufrió cicatrices permanentes. «Cuando ves algo que no es justo —dijo—, tienes la obligación moral de decir y hacer algo. Nunca tengas miedo de hacer un poco de ruido y meterte en problemas buenos y necesarios».
Negativa firme
Cuando los nazis reclutaron a Franz Jägerstätter durante la Segunda Guerra Mundial, completó el entrenamiento militar básico pero rehusó jurar lealtad a Adolfo Hitler. Las autoridades le permitieron regresar a su granja, pero luego, lo convocaron para el servicio activo. Sin embargo, después de ver de cerca la ideología nazi y enterarse del genocidio judío, decidió que su lealtad a Dios significaba no pelear nunca por los nazis. Fue arrestado y ejecutado, lo que dejó a su esposa y tres hijas sin él.
Rescate divino
Tras una llamada al 911, un policía condujo junto a las vías del tren, iluminando con los reflectores, hasta que divisó el vehículo atravesado sobre los rieles. La cámara del patrullero captó la escena mientras un tren se acercaba al automóvil. «El tren venía rápido —dijo el policía—, a más de 80 kilómetros por hora». Sin vacilar, segundos antes de que lo atropellara, alcanzó a sacar del auto a un hombre desmayado».
Justicia perfecta
En 1983, tres jóvenes fueron arrestados por asesinar a otro de catorce años «por causa de su chaqueta [deportiva]». Sentenciados a cadena perpetua, pasaron 36 años detrás de las rejas, hasta que surgieron pruebas que revelaron su inocencia. Antes de que el juez los liberara, hizo pública una disculpa.
Aguas abundantes
En Australia, un informe describió «una historia nefasta» de sequía extrema, calor y fuego. El relato pronosticaba un año horrendo con apenas unas lluvias minúsculas que convertirían los arbustos secos en leña. Incendios voraces abrasaron los campos; peces murieron; cosechas desaparecieron. Todo porque carecieron de un simple recurso que solemos dar por sentado: agua, la cual todos necesitamos para vivir.
Ver con ojos nuevos
Un videojuego coloca a cientos de jugadores en una isla virtual para competir hasta que quede solo uno. Cuando un jugador te elimina de la competencia, puedes seguir mirando a través de su perspectiva. Como observa un periodista: «Cuando te pones en el lugar de otro jugador y ves las cosas desde su punto de vista, el registro emocional […] pasa de la autopreservación a […] la solidaridad comunitaria. […] Empiezas a sentirte parte del extraño que, poco antes, te eliminó».
El amor nos frena
La mayoría de los muchachos samoanos reciben un tatuaje que señala su responsabilidad para con su pueblo y su jefe. Al viajar a Japón, donde los tatuajes pueden tener connotaciones negativas, los miembros del equipo de rugby masculino de Samoa usaron mangas color piel para cubrir los diseños, en un acto de generosidad y respeto.
De nuestra pobreza
Warren Buffett y Bill y Melinda Gates hicieron historia cuando prometieron donar la mitad de su dinero a la campaña Giving Pledge. Esto llevó al psicólogo Paul Piff a estudiar los patrones sobre las dádivas. Mediante una investigación, descubrió que los pobres tendían a dar un 44 % más de lo que tenían que los ricos. Los que han experimentado personalmente la pobreza suelen ser movidos a una mayor generosidad.
Pensar distinto
Un verano, durante la universidad, pasé bastante tiempo en Venezuela. La comida era espectacular; la gente, encantadora; y el clima y la hospitalidad, maravillosos. Sin embargo, a los dos días, me di cuenta de que mis nuevos amigos no administraban el tiempo como yo. Si planeábamos almorzar a las 12, eso significaba entre las 12 y la 1 de la tarde. Lo mismo para las reuniones o los viajes: los horarios eran aproximados, sin puntualidad. Descubrí que mi idea de «estar a horario» era una cuestión netamente cultural.