Me llama amigo
Se ha definido la amistad como «conocer el corazón de otra persona y compartir el propio con alguien más». Compartimos el corazón con aquellos en quienes confiamos y nos fiamos de quienes se interesan por nosotros. Confiamos en nuestros amigos porque tenemos la certeza de que usarán la información para ayudarnos, no para perjudicarnos. Ellos, a su vez, confían en nosotros por la misma razón.
Objetos perdidos
Hasta el día en que fui hallada, no sabía que estaba perdida. Hacía las tareas, como de costumbre. Pasaba de una actividad a otra, me distraía con una cosa y con otra. Pero, entonces, recibí un correo electrónico con el título: «Creo que eres mi prima». Cuando leí el mensaje de mi parienta, me enteré de que ella y otra prima habían estado buscando mi rama de la familia durante casi diez años. Esta otra prima le había prometido a su padre, poco antes de que este muriera, que buscaría a sus familiares.
Bendición inesperada
Noemí y Rut se unieron en circunstancias bastante desagradables. Para huir de una hambruna en Israel, la familia de Noemí se mudó a Moab. Estando allí, sus dos hijos se casaron con mujeres moabitas: Orfa y Rut. Después, su esposo y sus hijos murieron. En aquella cultura, las mujeres dependían de los hombres, lo que dejó a las tres viudas en circunstancias dificilísimas.
Boda real
Los casamientos siempre han sido una ocasión para las extravagancias. Las bodas modernas se han convertido en una oportunidad para que las muchachas vivan la fantasía de ser «princesa por un día». Un vestido elegante, un peinado elaborado, invitados con ropa de fiesta, ramos de flores, abundancia de comida y grandes festejos con amigos y familiares contribuyen a la atmósfera de un cuento de hadas. Muchos padres empiezan a ahorrar mucho antes para poder afrontar el elevado costo de convertir en realidad el sueño de su hija. Una boda real aumenta las extravagancias hasta un nivel que nosotros, «la gente común», raras veces vemos. No obstante, en 1981, muchos pudimos echar un vistazo a uno de ellos cuando el casamiento del príncipe Carlos y la princesa Diana se transmitió por televisión desde Inglaterra a todo el mundo.
Mi pequeña luz
Mi lugar favorito es un faro que hay al final de un largo muelle en Grand Haven, Michigan. El faro en sí mismo no es nada espectacular, pero es «mi» faro. Yo me crié cerca de allí, y ese símbolo de seguridad junto a la costa era mi guía metafórica en las tormentas de la adolescencia. Era un buen lugar…
¿Estás escuchando?
Se sentía frustrado, enojado. Cansado de que lo culparan de todo lo que andaba mal. Año tras año, los había ayudado a superar un desastre tras otro. Estaba continuamente intercediendo por ellos para sacarlos de problemas. Pero lo único que recibía a cambio de sus esfuerzos era más angustia. Al final, exasperado, dijo: «¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?» (Números 20:10).
Aprender a confiar
Cuando metí mi cámara en medio del arbusto para tomar una foto de los pequeños petirrojos, ellos abrieron la boca sin abrir los ojos. Estaban tan acostumbrados a que la mamá los alimentara cada vez que se movían las ramas, que ni siquiera miraron para ver quién (o qué) provocaba el alboroto.
¡Paren el reloj!
Todos los años, cuando empieza la primavera, quiero detener el reloj. Me encanta cuando la muerte es derrotada por frágiles brotes que se niegan a quedar confinados bajo la arcilla endurecida y las ramas quebradizas. En pocas semanas, el panorama desnudo se transforma en árboles totalmente vestidos, adornados de flores brillantes y perfumadas. Nunca me canso de disfrutar de las vistas, los sonidos y las fragancias de la primavera.
El pecado duele
Tarde o temprano, todos sentimos los efectos dolorosos del pecado. A veces, es el peso de nuestro pecado y la vergüenza de haber fallado miserablemente. En otras ocasiones, lo que nos aplasta es el peso del pecado de otra persona; de alguien que nos traicionó, engañó, abandonó, ridiculizó, estafó o se burló de nosotros.
Atender a las señales
La carretera estaba tranquila y avanzábamos rápidamente mientras íbamos a la casa del papá de Jay, en Carolina del Sur. A medida que cruzábamos las montañas de Tennessee, empecé a ver carteles de desvíos. Como mi esposo no se detenía, supuse que no tenían que ver con nuestro recorrido. Poco después, antes de llegar a la frontera de Carolina del Norte, encontramos una señal que decía que, más adelante, la autopista estaba cerrada por un desmoronamiento. Teníamos que dar la vuelta. Jay se sorprendió y preguntó: «¿Por qué no pusieron ningún aviso?». «Había un montón —dije yo—, ¿no los viste?» «No —dijo él—, ¿por qué no me avisaste?» «Supuse que los habías visto», contesté. Ahora contamos esta historia a nuestros amigos, como algo cómico.