Alentados en Dios
En 1925, Langston Hughes, un aspirante a escritor que trabajaba de ayudante de camarero en un hotel, se enteró de que un poeta al que admiraba, Vachel Lindsey, se hospedaba allí. Tímidamente, le pasó algunas de sus poesías, las cuales Lindsey elogió con entusiasmo en una lectura pública. Ese aliento hizo que Hughes recibiera una beca universitaria, abriéndole camino a su propia carrera exitosa como escritor.
Todo lo bueno
Todos los viernes por la noche, el noticioso que ve mi familia concluye la transmisión con una historia inspiradora. Una de esas historias se concentraba en una periodista que había padecido COVID-19, la cual ya estaba recuperada y había decidido donar plasma para ayudar a otros. En ese momento, todavía no se sabía bien cuán eficaces serían los anticuerpos. Pero mientras muchos no saben qué hacer, e incluso ante la incomodidad de donar plasma, ella sintió que «era un pequeño precio que pagar por la posible recompensa».
De perdición a predicación
Darío era una leyenda del béisbol que casi destruye su vida con las drogas. Pero Jesús lo liberó, y hoy ayuda a otros que luchan con adicciones y los guía a la fe en Cristo. Al mirar atrás, afirma que Dios transformó su perdición en una predicación.
Misericordia y gracia
Un majestuoso girasol se erguía solitario junto a un tramo de autopista nacional. Cuando pasé con el auto, me pregunté cómo habría crecido allí sin ningún otro girasol a la vista. Solo Dios podría crear una planta tan robusta que prosperara tan cerca de la carretera, en medio de tanta grava gris. Allí estaba, exultante, meciéndose suavemente en la brisa y saludando a los viajantes que pasaban apurados.
Una buena razón
Las dos mujeres ocupaban los asientos del pasillo, uno frente al otro. El vuelo duraba dos horas, así que fue inevitable ver algunas de sus interacciones. Estaba claro que se conocían; quizá incluso eran parientas. La más joven (de unos 60 años de edad) buscaba a cada rato en su bolso para pasarle a la otra (de unos 90 años) bocadillos y entretenimiento. Cada entrega mostraba ternura y dignidad. Cuando nos levantamos para bajar del avión, le dije a la más joven: «Vi cómo la cuidaba. Qué hermoso». Me respondió: «Es mi mejor amiga. Es mi madre».
Es importante escuchar
«Vengan de inmediato. Chocamos contra un iceberg». Esas fueron las palabras que recibió Harold Cottam, el operador de radio del RMS Carpathia, procedentes del Titanic que se estaba hundiendo, a las 12:25 de la noche el 15 de abril de 1912. El Carpathia sería el primer barco en llegar a la escena de la tragedia y salvar 706 vidas.
De oración y estrellas
Lara y David querían desesperadamente tener un bebé, pero el médico les dijo que no podían. Ella le confesó a una amiga: «Estoy teniendo conversaciones muy sinceras con Dios». Pero después de una de esas «charlas» con Dios, la pareja habló con su pastor, quien les habló sobre el ministerio de adopción de la iglesia. Al año siguiente, fueron bendecidos con un bebé adoptivo.
En Dios confiamos
Al comienzo de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, se lanzó una expedición contra los británicos en Quebec. Al pasar por Newburyport, en Massachusetts, visitaron la tumba del famoso evangelista George Whitefield. Abrieron el féretro y le sacaron el collar y los puños clericales, y los cortaron y repartieron, creyendo erróneamente que eso podría ayudarlos a triunfar.
Orar sin prisa
Alice Kaholusuna relata sobre la costumbre de los hawaianos de sentarse fuera de sus templos un largo tiempo para prepararse para entrar. Incluso después de entrar, se arrastran hasta el altar para orar. Luego, se vuelven a sentar afuera otro largo período para «alentarle vida» a sus plegarias. Cuando unos misioneros llegaron a la isla, a veces los hawaianos consideraban que oraban raro: se ponían de pie, expresaban unas pocas frases, las llamaban «oración», decían amén y listo. Las describían como «sin aliento».
Pasar tiempo con Dios
El río de la vida es la obra maestra de Norman Maclean sobre dos muchachos que crecieron en Montana con su padre, un pastor presbiteriano. Los domingos por la mañana, Norman y su hermano Pablo iban a la iglesia, donde escuchaban predicar a su padre. A la tardecita, había otra reunión y el padre volvía a predicar. Pero entre ambos servicios, caminaban juntos por las colinas y arroyos, «mientras él se relajaba entre las reuniones». Era un alejamiento intencional de parte de su padre «para restaurar su alma y volver a estar rebosante para el sermón de la noche».