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Articles by Cindy Hess Kasper

El amor va primero


Una tarde, mi amiga me mostró una de las tres placas decorativas con las que adornaría la pared de su sala de estar. «¿Ves? Ya tengo la de Amor —dijo, sosteniendo la que llevaba esa palabra—. Fe y esperanza vienen después».


Me sostiene


Cuando dejé de viajar en familia con mis padres, raras veces iba a visitar a mis abuelos, los cuales vivían a cientos de kilómetros de casa. Así que, un día, decidí tomar un avión para ir a visitarlos durante un fin de semana largo. Mientras íbamos al aeropuerto para mi vuelo de regreso, mi abuela, que nunca había volado, empezó a transmitirme sus temores: «Ese avión en que viniste era tan pequeño… En realidad, no hay nada que te sostenga allí arriba, ¿no? A mí me daría muchísimo miedo subir a esa altura».


Desconectarse


Cuando nuestros hijos eran jóvenes, fuimos a visitar a mis abuelos. Donde ellos vivían, el televisor no tenía muy buena recepción, pero, para ellos, no era una cuestión muy importante. Después de ver a mi hijo manipulando el aparato durante un tiempo, me preguntó frustrado: «¿Qué se hace cuando se ve un solo canal y no te gusta lo que están transmitiendo?».


La batalla del lápiz


Cuando aprendía a escribir, mi maestra de primer grado insistía en cambiar la forma en que yo tomaba el lápiz. Mientras ella me miraba, lo sostenía como ella quería, pero, en cuanto se daba vuelta, obstinadamente lo volvía a poner como a mí me resultaba más cómodo.


Fracasar no es la muerte


El Primer Ministro Winston Churchill sabía cómo levantar el ánimo del pueblo británico durante la Segunda Guerra Mundial. El 18 de junio de 1940, le dijo a una multitud atemorizada: «Hitler sabe que tendrá que destruirnos […] o perder la guerra […]. Por lo tanto, apuntalémonos […] y sostengámonos de tal manera que, si el Imperio Británico [perdura] por mil años, los hombres sigan diciendo: “¡Esa fue su hora de gloria!”».


El don de las lágrimas


Cuando su madre murió, llamé a una amiga mía de años. Nuestras madres habían sido íntimas amigas, y ahora, las dos habían fallecido. Nuestra conversación se convirtió en una sucesión de emociones: lágrimas de tristeza por la muerte de su madre, y de risa, al recordar lo divertida que había sido.


En el mismo bote


Cuando el crucero atracó, los pasajeros desembarcaron lo más rápido posible. Cientos de ellos habían pasado los últimos días aquejados por un virus. Cuando entrevistaron a uno, declaró: «Bueno, no tengo intención de quejarme mucho. Lo único que quiero decir es que todos estábamos en el mismo barco». Su juego de palabras aparentemente involuntario hizo que el reportero sonriera.


Árboles del sendero

Estos últimos años, mi hija ha quedado fascinada con la historia de los indígenas que habitaban en una región al norte de donde ella vive. Una tarde de verano, cuando fui a visitarla, me mostró un sendero que tenía un cartel que decía: «Árboles del sendero», y me explicó que se creía que, hace mucho, los nativos de esa zona doblaban los árboles jóvenes para indicar el camino hacia determinados lugares, y que, luego, esos árboles siguieron creciendo con formas extrañas.

Bendiciones disfrazadas

Durante varias semanas después de que mi esposo tuvo un ataque al corazón, solíamos dar gracias a Dios por haberle permitido seguir con vida. Meses más tarde, aún seguían preguntándome cómo me sentía, y mi respuesta era a menudo muy simple: «Bendecida. Me siento bendecida».

Dejar cosas

Durante poco más de un año, después de que nuestro hijo adolescente obtuvo su licencia de conducir y comenzó a llevar billetera, recibimos varias llamadas de personas que la habían encontrado en distintos lugares. Le advertimos que fuera más cuidadoso y que no la dejara en cualquier lado.