Verdadero sacrificio
Enrique era uno de los chicos buenos. Consideraba que su trabajo como policía era un servicio a la comunidad, y estaba totalmente dedicado a servir a cualquier precio. Una prueba de ese deseo se veía en la puerta de su casillero en la estación de policía, donde había pegado Juan 15:13.
Verdadera hospitalidad
En 1987, nuestra familia se mudó a California porque yo iba a servir como pastor en una iglesia en la zona de Long Beach. El día que llegamos, mi secretaria fue a buscarnos al aeropuerto para llevarnos a casa. Cuando nos mezclamos entre el tránsito, lo primero que vi fue un cartel autoadhesivo en un auto, que decía: «Bienvenido a California… ¡Ahora vuelve a tu casa!». No era precisamente una bienvenida cálida ni alentadora al soleado sur californiano.
Las reglas de Mamá
Conocí a una mujer encantadora llamada «Mamá Charlie», quien había criado alrededor de una docena de niños adoptados. La justicia se los había asignado, y ella les brindaba un hogar con estabilidad, orientación y amor. Me contó que, cada vez que llegaba un niño nuevo, lo primero era explicar «las reglas de Mamá», las cuales incluían la manera de comportarse más una serie de tareas que beneficiarían enormemente a la ocupada familia y, al mismo tiempo, les enseñarían a ser responsables a pesar de su escasa capacitación previa.
Momentos aterradores
Cuando nació nuestro primer hijo, mi esposa Marlene estuvo en trabajo de parto durante más de 30 horas, lo cual les generó un estrés tremendo a ella y al bebé. El doctor, que reemplazaba a su médico habitual, no estaba familiarizado ni con ella ni con el embarazo. Por eso, esperó demasiado para hacer una cesárea de emergencia, y el trauma resultante hizo que mi hijo quedara internado en la unidad neonatal de cuidados intensivos. No se podía hacer nada para ayudar a nuestro bebé a superar su estado innecesariamente provocado.
Una obra maravillosa
Hace poco, durante una consulta con el oculista, el médico sacó un instrumento que yo nunca había visto. Le pregunté qué era, y contestó: «Voy a usarlo para fotografiar la parte interior del fondo del ojo».
Peligro invisible
Cuando era niño, mi familia estuvo a punto de sufrir una tragedia. La mayoría de los artefactos más importantes de la casa, incluso el horno, funcionaban a gas, y una pequeña pérdida en uno de los caños hizo que nuestra vida corriera peligro. A medida que el gas fue invadiendo nuestra pequeña vivienda, las emanaciones letales nos afectaron y quedamos inconscientes. Si no hubiese sido por un vecino que decidió ir a visitarnos, un enemigo peligroso e invisible nos habría matado a todos.
Tener esperanza para…
Aunque trato de que lo que veo en la actualidad no me perturbe, me tomó desprevenido el mensaje en la camiseta de una mujer que pasó a mi lado en un centro de compras. Las letras resaltadas declaraban: «Solo los imbéciles tienen esperanza». Sin duda, ser iluso o crédulo puede tornarse insensato y peligroso. La frustración y el quebrantamiento pueden ser el resultado trágico de un optimismo infundado. Pero carecer de esperanza es una perspectiva triste y cínica de la vida.
Huesos fracturados
Hace años, jugaba como guardameta en un equipo de fútbol universitario. No puedo describir aquí cómo nos divertíamos, pero tuve que pagar un alto precio… hasta el día de hoy. Ser portero significa estar constantemente arriesgando el cuerpo para impedir que el otro equipo marque goles, lo cual suele generar lesiones. Durante una temporada, ¡me fracturé una pierna y varias costillas, me luxé un hombro y perdí el conocimiento! Ahora, en especial los días de frío, tengo dolorosos recuerdos de aquellos tiempos.
Ofrendas generosas
Cuando pastoreaba una pequeña iglesia, enfrentamos una crisis tremenda: si no terminábamos los arreglos necesarios para que el edificio cumpliera con los requisitos de seguridad, perderíamos el lugar donde nos congregábamos. Siguió un período desesperado de recolección de fondos para solventar esas ampliaciones, pero entre todo el dinero ofrendado, hubo un caso que captó la atención de los líderes.
Franqueza renovadora
Entre las muchas cosas que me encantan de mi mamá, quizá la más importante es su franqueza. Siempre que la llamo para pedirle su opinión sobre algo, me responde: «No me pidas mi opinión a menos que quieras oírla. No voy a tratar de imaginar qué deseas escuchar. Te diré lo que pienso realmente».