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Articles by Amy Boucher Pye

Dios con nosotros

«Cristo conmigo, Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí, Cristo dentro de mí, Cristo debajo de mí, Cristo arriba de mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda…». La letra de este himno escrito en el siglo v por San Patricio resuena en mi mente cuando leo el relato de Mateo del nacimiento de Jesús. La siento como un cálido abrazo que me recuerda que no estoy sola nunca.

Esperar

«¿Cuánto falta para Navidad?». Cuando mis hijos eran pequeños, preguntaban esto todo el tiempo. Aunque usábamos diariamente un calendario para contar cuánto faltaba, la espera les resultaba terrible.

Nuestro poderoso Dios

Un día, junto al mar, me deleité mirando a unos kitesurfistas mientras rebotaban por el agua, movidos por la fuerza del viento. Cuando uno llegó a la costa, le pregunté si la experiencia era tan difícil como parecía. «No —me contestó—. En realidad, es más fácil que surfear, porque se aprovecha el poder del viento».

Un buen final

Mientras las luces se atenuaban y nos preparábamos para ver Apollo 13, mi amiga dijo suspirando: «Qué lástima que todos murieron». Miré la película sobre el vuelo espacial de 1970 con aprensión, esperando que llegara la tragedia, y, recién cerca del final, me di cuenta de que me había engañado. No recordaba el final de la historia verdadera: que, aunque los astronautas enfrentaron muchas dificultades, regresaron sanos y salvos.

Arraigado en Dios

Unos amigos se mudaron a una casa nueva, plantaron glicinia junto a la cerca y esperaron ansiosos que los brotes color lavanda aparecieran después de cinco años. Disfrutaron de la planta durante más de dos décadas, atendiéndola con cuidado. Pero, de repente, la glicinia se secó, ya que los vecinos habían derramado del otro lado de la cerca un líquido para eliminar la maleza. Las raíces de la glicinia absorbieron el veneno y la planta murió… o al menos, eso pensaron mis amigos. Grande fue su sorpresa cuando, al año siguiente, aparecieron algunos brotes en el suelo.

Jesús disfrazado

Una amiga se ocupaba de cuidar a su suegra, la cual ya no salía más de su casa. Un día, le preguntó qué era lo que más deseaba, y ella le contestó: «Que me laven los pies». Mi amiga admitió: «¡Odio hacer ese trabajo! Cada vez que me pedía que lo hiciera, no me gustaba, y le rogaba a Dios que ella no se diera cuenta de mi actitud».

Revolotea sobre nosotros

La hija de Beatriz llegó de un viaje al exterior y se sentía mal. Cuando el dolor se hizo insoportable, ella y su esposo la llevaron a una sala de emergencias. Los médicos y las enfermeras pusieron manos a la obra, y horas después, las enfermeras le dijeron a Betty: «¡Va a estar bien! La atenderemos y se sanará». En ese momento, un sentimiento de paz y amor brotó de su interior. Se dio cuenta de que, mientras revoloteaba ansiosamente sobre su hija, el Señor es el padre perfecto que alimenta a sus hijos y los consuela en los momentos difíciles.

Una vida en tiendas

Como crecí en Minnesota, un lugar conocido por la gran cantidad de lagos hermosos, me encantaba salir a acampar para disfrutar de las maravillas de la creación de Dios. Pero dormir en una tienda endeble no era lo que más me gustaba de la experiencia; en especial, cuando una noche lluviosa y una tienda con goteras terminaban en una bolsa de dormir empapada.

Escribir cartas

Mi madre y su hermana practican un arte en proceso de extinción: escribir cartas. ¡Se escriben con tanta regularidad que uno de los carteros se preocupa cuando no tiene nada que entregar! Sus cartas están inundadas de temas de la vida, alegrías y tristezas, y cuestiones cotidianas de amigos y parientes.

Limpiados

Cuando abrí el lavavajillas, me pregunté qué habría salido mal. En lugar de estar limpios y relucientes, los platos estaban cubiertos de un polvo calizo. Me pregunté si el agua calcárea de nuestra zona estaría haciendo estragos, o si la máquina se había dañado.