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Articles by Adam Holz

Nuestro Padre canta

Antes de que mi esposa y yo tuviéramos hijos, nadie me dijo lo importante que sería cantar. Ahora, ellos tienen seis, ocho y diez años, pero, de pequeños, a los tres les costaba dormirse. Cada noche, mi esposa y yo nos turnábamos para arrullarlos, orando para que se durmieran rápido. Pasé cientos de horas así, entonando canciones de cuna, con la esperanza de acelerar el proceso. Lo asombroso de cantarles noche tras noche fue que mi lazo de amor y mi deleite hacia ellos se profundizó de una manera que nunca soñé.

Andar en los caminos de Dios

«Vamos por este camino», dije, mientras dirigía a mi hijo entre la multitud, para seguir a su mamá y sus hermanas que iban adelante. A medida que el día iba avanzando en el parque de diversiones que visitábamos, se lo decía más a menudo, ya que él estaba cansado y se distraía más fácilmente. ¿Qué le pasa que no puede seguirlas?, me pregunté.

¿En proceso o terminado?

Terminar un trabajo produce satisfacción. Por ejemplo, todos los meses, una de mis responsabilidades laborales pasa de «En proceso» a «Terminado». Me encanta presionar la tecla de «Terminado». Pero, el mes pasado, cuando lo hice, pensé: ¡Si tan solo pudiera superar con tanta facilidad los momentos difíciles en mi fe! Pareciera que la vida cristiana está siempre en proceso; nunca terminada.

El hombre que sonríe

Ir a la tienda de comestibles no es algo que me agrade. Es tan solo una parte inevitable de mi vida; algo que es necesario hacer. Sin embargo, hay una parte de esta tarea que, inesperadamente, empezó a atraer mi atención: pagar en la caja de Fred.

Abejas y serpientes

Algunos problemas tienen el nombre «papá» escrito en ellos. Por ejemplo, hace poco, mis hijos descubrieron que las abejas se habían instalado en una grieta del cemento a la entrada de casa. Entonces, armado con repelente para insectos, marché a dar la batalla.

Nuestra ancla ante el miedo

¿Eres aprensivo? Yo sí. Casi todos los días, lucho con la ansiedad. A veces, parece que me preocupo por todo; cosas grandes y pequeñas. Una vez, cuando era joven, llamé a la policía porque mis padres se habían atrasado cuatro horas de camino a casa.

«¡Imposible no quererte!»

Una mañana, mi hija exclamó al levantarse: «¡Imposible no quererte!». Entonces, me mostró su camiseta. En el frente, estaba esta frase: «Imposible no quererte». La abracé con fuerza y ella sonrió, llena de alegría. «¡A ti es imposible no quererte!», le dije. Se alejó dando saltitos, repitiendo esa frase una y otra vez.

Desbordante

«¡No! ¡No! ¡NO!», grité. No sirvió. Ni un poquito. Mi brillante solución para nuestro problema de taponamiento —descargar de nuevo el inodoro— consiguió exactamente lo opuesto a lo que yo quería. En cuanto presioné la palanca, supe que había cometido un error. Y me quedé parado sin poder hacer nada mientras el agua se desbordaba.

En nuestras tormentas

El viento rugía, los relámpagos encandilaban, las olas golpeaban. Pensé que moriría. Mis abuelos y yo estábamos pescando en un lago, pero nos habíamos quedado demasiado tiempo. Cuando el sol se puso, una rápida borrasca se desató sobre nuestro pequeño bote. Mi abuelo me dijo que me sentara en la popa, para no darnos vuelta. En ese momento, no sé cómo, empecé a orar, aterrorizado. Tenía catorce años.

Cuando Dios nos llena

¿Qué había hecho? Tendría que haber sido uno de los momentos más emocionantes de mi vida. En cambio, fue de los más solitarios. Acababa de conseguir mi primer trabajo «real» después de la universidad, en una ciudad a cientos de kilómetros de donde nací. Pero la emoción de ese gran paso se desvaneció pronto. Tenía un apartamento pequeño y sin muebles. No conocía la ciudad ni a nadie. El trabajo era interesante, pero el sentimiento de soledad era devastador.