No debe sentirse culpable por sentir dolor. Podríamos entristecernos o afligirnos cuando rompemos una reliquia de valor o perdemos una antigüedad valiosa en un incendio. Pero el dolor por la muerte de un perro que ha sido nuestra mascota es –y debe ser– más profundo. Puede que el «valor» de un perro en dólares ni se acerque al valor de una antigüedad, pero el valor real de su perro no es monetario. Los perros no son cosas, son compañeros. No son objetos hechos por el hombre, sino obras maestras del Creador, seres conscientes con alma.1 Aunque no están creados a la imagen de Dios como los seres humanos, los animales más desarrollados comparten muchas cualidades extraordinarias en común con nosotros. Muestran emociones tales como el gozo, la lealtad, el afecto y el valor. También nos enseñan a vivir plenamente el momento presente y disfrutar el bello mundo que Dios ha hecho.

El dolor por un perro que ha sido nuestra mascota es real porque la relación entre amo y perro es real. Dios estableció la relación entre los seres humanos y Sus demás criaturas (Génesis 2:19-20; Salmo 8:4-8). Existen maneras en las que un perro que es nuestra mascota puede, en su inocencia, ser nuestro «mejor amigo», respondiendo conmovedoramente a nuestros estados de ánimo y emociones.

El impacto emocional por la muerte del perro de la familia es similar al de la pérdida de algún miembro de la familia, aunque en una escala menor. Debe tomarse en serio, porque nos ofrece oportunidades de aprender lecciones importantes y prepararnos para futuras pérdidas que serán peores.

A menudo encontramos que es más fácil amar a nuestras mascotas de manera incondicional que amarnos los unos a los otros. Si nuestro sentido de pérdida ante la muerte de una mascota es más severo que la sensación de pérdida de amigos y parientes humanos que han muerto, debemos considerar por qué. Incluso en un mundo maldito por el pecado, debemos echar de menos las relaciones humanas más que las relaciones con nuestras mascotas. En este sentido, el dolor por la muerte de una mascota puede hacernos conscientes de nuestra necesidad de relaciones más profundas con personas en nuestra vida.

Debido a que la pérdida es real, no es saludable que usted suprima y niegue su dolor.2 Exprese abiertamente su pena cuando esté solo o en presencia de otros que le comprendan. Debe darse cuenta de que el dolor por la muerte de un animal con el que ha compartido las experiencias de su vida durante años será intenso, y cualquier intento de negarlo tendrá consecuencias negativas.

No trate de olvidar la relación que tuvo con su perro más de lo que trataría de olvidar la relación que tuvo con algún ser humano querido que murió. Adquirimos un cierto sentido de la inmensa tristeza que siente Dios ante el sufrimiento y el mal que hay en el mundo cuando nos damos cuenta de que la Biblia no ofrece indicio alguno de que en algún momento nos volveremos a reunir con los animales que tan importantes son para nosotros en este mundo.

Escrito por: Dan Vander Lugt


  1. La palabra hebrea nephesh implica vida consciente que se distingue de las plantas, que tienen una vida inconsciente. En el sentido de vida consciente, un animal también tiene alma. La palabra «seres» en Génesis 1:24 proviene de la palabra hebrea nephesh. Esta palabra podría definirse como «criatura o animal que respira» e indica el principio de la vida en los hombres y en los animales.