En la década de 1920, a pesar de ser amateur, Bobby Jones dominaba el mundo del golf. En una película sobre su vida, hay una escena donde un jugador profesional le pregunta cuándo va a dejar de ser aficionado y empezar a ganar dinero como todos los demás. Jones le explicó que la palabra ‘amateur’ viene del latín ‘amo’, del verbo amar. Su respuesta era clara: jugaba al golf porque amaba ese deporte.
Nuestras motivaciones (por qué hacemos lo que hacemos) marcan la diferencia. Sin duda, esto se aplica a los seguidores de Jesucristo. En su carta a la iglesia de Corinto, Pablo nos da un ejemplo de este concepto, ya que, en ella, defendía su conducta, carácter y llamado como apóstol del Señor. Su respuesta a aquellos que cuestionaban su motivación para el ministerio fue: «Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Corintios 5:14-15).
El amor a Cristo es la mayor de las motivaciones; hace que los que le sirven vivan para Él y no para sí mismos.