Miles de hebras de tiempo, sucesos y personas se entretejen en el tapiz que llamamos lugar. Más que una casa, «lugar» es donde se juntan el significado, la pertenencia y la seguridad, cobijados bajo nuestros mejores esfuerzos de amor incondicional. Un lugar que nos evoca recuerdos profundamente guardados en el alma. Incluso si nuestro lugar no es perfecto, sentimos una poderosa y magnética atracción a permanecer allí.

La Biblia habla muchas veces del lugar. Vemos un ejemplo en el anhelo de Nehemías de una Jerusalén restaurada (Nehemías 1:3-4; 2:2). Entonces, no es sorprendente que Jesús hable de un lugar cuando quiere consolarnos: «No se turbe vuestro corazón», declaró; y añadió: «voy, pues, a preparar lugar para vosotros» (Juan 14:1-2).

Para aquellos que tienen recuerdos tiernos de lugares terrenales, esta promesa nos hace pensar en algo que podemos comprender fácilmente y esperar con ansias. Además, a aquellos que no han tenido un lugar reconfortante y seguro, Jesús les promete que, un día, escucharán la dulce melodía de aquel lugar de pertenencia, ya que morarán allí con Él.

Al margen de cuál sea tu lucha o de los problemas que encuentres en tu travesía de fe, recuerda esto: ya hay un lugar perfecto para ti esperándote en el cielo. Jesús no lo habría dicho si no fuera verdad.