El nombre de Charles Ponzi siempre se asociará con el fraude financiero que él transformó en un estilo de vida. Después de varios delitos financieros menores y breves encarcelamientos, a principios de la década de 1920, comenzó a ofrecerles a los inversores una ganancia del 50% sobre lo invertido en un plazo de 45 días, y del 100% en 90 días. Aunque parecía demasiado bueno para ser verdad, el dinero empezó a llover de todas partes. Ponzi utilizaba el capital de nuevos inversores para pagarles a los anteriores y así financiar su lujoso estilo de vida. Cuando su fraude fue descubierto en agosto de 1920, los inversores ya habían perdido 20 millones de dólares y 5 bancos habían cerrado. Ponzi pasó tres años en prisión, lo deportaron a Italia y murió sin un centavo, en 1949, a los 66 años.
El libro de Proverbios, en el Antiguo Testamento, suele contrastar la reputación de la gente sabia con la de la necia: «La memoria del justo será bendita; mas el nombre de los impíos se pudrirá. […] El que camina en integridad anda confiado; mas el que pervierte sus caminos será quebrantado» (Proverbios 10:7, 9). Salomón lo resume afirmando: «De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro» (22:1).
Buscamos tener un buen nombre, pero no para honra personal, sino para glorificar a Cristo nuestro Señor, cuyo nombre es sobre todo nombre.