Mi esposa es madrugadora; le encanta la tranquilidad que hay antes de empezar las actividades en la casa, y usa ese momento para leer la Biblia y orar. Hace poco, se instaló en su silla favorita, pero se encontró con un sillón bastante desordenado que «alguien» había dejado así la noche anterior, tras mirar un partido de fútbol por televisión. Al principio, el desorden la distrajo, y su frustración conmigo le interrumpió la calidez del momento.
Entonces, se le ocurrió algo: se cambió al sofá. Desde allí, podía mirar por la ventana mientras el sol se levantaba sobre el Océano Atlántico. La belleza de la escena que Dios estaba pintando esa mañana le cambió la perspectiva.
Mientras me contaba la historia, ambos reconocimos la lección de aquella mañana. Aunque no siempre podemos controlar las cosas de la vida que afectan nuestro día, sí tenemos la posibilidad de elegir: o seguir dando vueltas en el «desorden» o cambiar de perspectiva. Cuando Pablo estaba en Atenas, «su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría» (Hechos 17:16). Sin embargo, cuando cambió su perspectiva, usó el interés de los atenienses en la religión como una oportunidad para proclamar al Dios verdadero: Jesucristo (vv. 22-23).
Cuando mi esposa salió para ir a trabajar, fue el momento para que otra persona cambiara de perspectiva: le pedí al Señor que me ayudara a ver mi desorden a través de los ojos de ella y de los de Él.