Muchas personas creen que para perdonar a alguien deben primero estar dispuestos a olvidar. Con esto quieren decir que deben poder desechar de su memoria los dolorosos acontecimientos que causaron la ruptura en la relación. En otras palabras, necesitan fingir que nunca pasó nada malo.

Tratar sencillamente de olvidar el daño que nos han hecho es como rociar pintura a un auto viejo y oxidado. Al principio parece una solución fácil, pero a la larga, el óxido sale a flote y el problema es peor que antes.

Los cristianos con buenas intenciones a menudo apoyan el modelo de perdón de “perdonar y olvidar” apelando al perdón de Dios como se ve en Jeremías 31:34. Desde su punto de vista, este texto significa que antes de perdonar hay que olvidar. Dicen que si no olvidamos, no podemos perdonar.

Claro que en cierto sentido Dios “olvida” nuestros pecados. Una vez que nos ha perdonado nunca los usará como evidencia contra nosotros. Pero el Creador omnisciente no puede olvidar las cosas como las olvidamos nosotros. Se puede borrar información de la memoria magnética de una computadora, el tiempo y la incapacidad pueden desvanecer los recuerdos humanos, pero la historia completa está constantemente delante de los ojos de Dios. De eternidad a eternidad, Dios es el mismo. El divino Autor de las Escrituras hizo que los pecados de Jacob, Moisés, David, Pedro y Pablo quedaran registrados para beneficio nuestro. Él no ha olvidado sus pecados en el sentido histórico, sino que nunca serán usados como base para condenación. Lo que Dios “olvida” es la deuda por nuestro pecado, la paga debida por nuestro pecado.

Dios no espera que borremos los pecados de los demás de nuestra memoria. De hecho, probablemente no podremos hacerlo, por mucho que nos esforcemos. Seguro que Él no querría que fingiéramos haber olvidado las cosas que no podemos olvidar. Lo que desea es que olvidemos los pecados cometidos contra nosotros (Mateo 6:14-15) de la manera en que Él perdona los pecados nuestros contra Él, que son mucho más grandes (Mateo 18:23-35).

Se necesita un perdón mucho mayor para perdonar una ofensa que recordamos claramente que para perdonar algo que hemos olvidado parcialmente. El simple hecho de ignorar nuestro recuerdo de una ofensa no es perdón, es sólo supresión de la ira. El perdón genuino, como el perdón de Dios, ve claramente la ofensa y luego la perdona retirando la pena y continuando la relación. Es natural lidiar con nuestra ira suprimiendo nuestro recuerdo de una ofensa, pero es sobrenatural recordarla claramente y renunciar a nuestro derecho a la venganza. La venganza hay que dejarla en manos del Único que siempre es objetivo y justo (Romanos 12:19-21).