Hace unos años, mi hijo y yo aceptamos llevar algunos equipos de un amigo a su casa de campo ubicada en un lugar alejado. En esa zona, no había caminos; al menos, ninguno que mi camión pudiera atravesar. Entonces, el administrador de la casa hizo arreglos para encontrarnos al final del camino con un pequeño carro arrastrado por un par de mulas.
Mientras nos dirigíamos hacia la casa, empecé a charlar con el hombre, y me enteré de que vivía en la propiedad durante todo el año. «¿Qué hace en el invierno? —le pregunté, ya que sabía que, en esa zona, los inviernos eran largos y duros, y que la casa no tenía electricidad ni teléfono; solo una radio satelital—. ¿Cómo lo soporta?».
«En realidad —dijo lenta y pesadamente—, me resulta muy agradable».
En medio de nuestros días inundados de tensiones, a veces anhelamos tener paz y tranquilidad. Hay demasiado ruido por todas partes y gente en exceso a nuestro alrededor. Queremos ir «a un lugar desierto, y [descansar] un poco» (Marcos 6:31). ¿Podemos encontrar un lugar así?
Sí, existe tal lugar. Cuando dediquemos unos momentos para reflexionar en el amor y la misericordia de Dios, y le entreguemos nuestras cargas, encontraremos en ese tranquilo sitio de la presencia del Señor la paz que el mundo nos ha quitado.