El invierno pasado, hubo una tormenta de hielo terrible en la ciudad donde vivo. Por el peso del hielo, cientos de ramas de árboles cortaron los cables de electricidad y dejaron sin luz miles de hogares y negocios durante días. En casa, usamos un generador para suplir las necesidades básicas de energía, pero no se podía cocinar. Cuando salimos a buscar un lugar donde comer, recorrimos muchos kilómetros, y todo estaba cerrado. Por fin, encontramos un restaurante para desayunar, que tenía luz, pero estaba repleto de clientes hambrientos con el mismo problema que nosotros.
Una mujer se acercó a tomar el pedido, y dijo: «No soy empleada de este restaurante. Un grupo de nuestra iglesia estaba desayunando aquí y, al ver que los empleados estaban desbordados con tantos clientes, le dijimos al gerente que estábamos dispuestos a ayudarlos a atender las mesas, para aliviarles el trabajo y ayudar a dar de comer a la gente».
La disposición de esta mujer a servir me recordó las palabras de Pablo: «según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos» (Gálatas 6:10). Ante las tantas necesidades que nos rodean, me pregunto qué sucedería si todos le pidiéramos a Dios que nos mostrara hoy alguna oportunidad de servirlo a Él y ayudar a otros.