Al comienzo de su carrera, el intérprete de jazz Hernie Hancock fue invitado a formar parte del quinteto de Miles Davis, quien ya era una leyenda de la música. En una entrevista, Hancock admitió que estaba nervioso, pero lo describió como una experiencia maravillosa, porque Davis era una persona sumamente alentadora. Durante una presentación, cuando Davis estaba cerca del clímax de su solo, Hancock tocó mal un acorde. Se sintió avergonzado, pero Davis continuó como si nada hubiese pasado. «Improvisó unas notas que hicieron que mi acorde sonara correcto», declaró Hancock.
¡Qué ejemplo de liderazgo amoroso! Davis no reprendió a Hancock ni lo ridiculizó. Tampoco lo culpó por arruinar la presentación. Simplemente, reajustó su plan y convirtió en algo hermoso lo que era, en potencia, un error terrible.
Así hizo Jesús con Pedro. Cuando este le cortó la oreja a uno de los que fueron a arrestar a Jesús, Él se la reinsertó (Lucas 22:51), lo cual indicaba que su reino consistía en sanar, no en lastimar. Una y otra vez, el Señor utilizó los errores de los discípulos para mostrar algo mejor.
Lo que Jesús hizo por sus discípulos, también lo hace por nosotros; y nosotros podemos hacerlo por los demás. En vez de magnificar cada error, podemos convertirlos en actos maravillosos de perdón, restauración y redención.