Un año, mientras viajaba con mi familia a la casa de la abuela, llegamos a una zona donde acababa de anunciarse una alerta de tornado. De pronto, al darnos cuenta de que nuestros hijos podían estar en peligro, todo cambió.
Menciono esta historia para que nos ayude a pensar cómo se habrá sentido la familia de José cuando él, María y su pequeño hijo iban hacia Egipto. Herodes, no un tornado, los amenazaba con su deseo de matar al niño. Imagina lo asustados que estarían, ya que sabían que «Herodes [buscaba] al niño para matarlo» (Mateo 2:13).
Por lo general, tenemos una perspectiva más idílica de la primera Navidad: una escena pacífica, con el ganado recostado y los pastores arrodillados. Pero la familia de Jesús no estaba en paz mientras procuraba escapar del horror de Herodes. Solo cuando un ángel les dijo que no había peligro, salieron de Egipto para volver a su casa en Nazaret (vv. 20-23).
Piensa en el asombro que debería producirnos la encarnación: Jesús, quien disfrutaba de la majestad del cielo en compañía de su Padre, dejó todo de lado para nacer en la pobreza, enfrentar muchos peligros y ser crucificado por nosotros. Salir de Egipto es una cosa, pero dejar el cielo por nosotros… ¡esto sí que es la parte extraordinaria y asombrosa de esta historia!