La «trama» de la historia bíblica termina más o menos como comenzó. La relación rota entre Dios y los seres humanos finalmente se ha subsanado, y la maldición de Génesis 3 ya no tiene vigencia. Apocalipsis toma prestadas imágenes del Edén para describir un río y un árbol de la vida (22:1-2). Sin embargo, en esta oportunidad, el huerto es reemplazado por una gran ciudad, llena de personas que adoran a Dios. La escena jamás será empañada por la muerte ni la tristeza. Cuando despertemos en el cielo nuevo y la tierra nueva, por fin tendremos un final feliz.
El cielo no es una ocurrencia tardía o un parecer opcional, sino el propósito final de toda la creación. La Biblia nunca resta importancia ni a la tragedia ni a la decepción humana (¿hay algún otro libro más dolorosamente sincero?), pero sí agrega una palabra clave: transitorias. Lo que sentimos ahora no durará para siempre, ya que llegará el momento de una nueva creación.
Para las personas que se sienten atrapadas en angustias u hogares destruidos, en pobreza o temor; para todos nosotros, el cielo promete un eterno futuro de salud, plenitud, placer y paz. La Biblia comienza en Génesis con la promesa de un Redentor (3:15), y termina con esa misma promesa (Apocalipsis 21:1-7); una garantía de la realidad eterna. El final será el principio.