Hace varios años, mis hijos y yo disfrutábamos de unos días juntos, paseando por un río y pescando, con dos guías de pesca que también conducían los botes.

El guía que conseguí era un hombre que había vivido toda su vida junto al río y sabía dónde había truchas grandes. Era callado y habló apenas una docena de palabras durante todo el tiempo que estuvo con nosotros, pero lo que dijo me animó.

Pescábamos con moscas pequeñas en aguas agitadas. Mi visión no era como antes y no veía la mayoría de los intentos de los peces de picar. Aquel hombre, que era la personificación de la paciencia, empezó a alertarme, diciendo: «un pez», para avisarme cuando veía una trucha debajo de la mosca. Cuando lo oía, levantaba la caña de pescar y… ¡voilà! ¡Una trucha en la otra punta!

A menudo, pienso en aquel guía y en la declaración de Jesús a sus discípulos pescadores: «… desde ahora serás pescador de hombres» (Lucas 5:10). Todos los días, se nos presentan grandes oportunidades para mostrar el amor de Cristo y hablar de la esperanza que tenemos a personas que nos rodean y que buscan ese «algo» evasivo que anhelan alcanzar. Si no estamos alertas, podríamos perder estas oportunidades.

Que el gran Pescador, quien conoce cada corazón, nos susurre: «un pez», y que tengamos oídos para oír.