Después de la Segunda Guerra Mundial, se desató lo que se denominó la Guerra Fría, cuando las naciones intercambiaban amenazas y competían por el poder. El Muro de Berlín, construido en agosto de 1961, se mantuvo durante casi tres décadas como símbolo de la ardiente enemistad entre Oriente y Occidente. Sin embargo, el 9 de noviembre de 1989 se anunció que sus habitantes podrían cruzar libremente de un lado al otro de la ciudad. Al año siguiente, el muro se demolió por completo.
La conocida historia de José, en el Antiguo Testamento, trata de un hijo favorito a quien sus hermanos odiaban (Génesis 37–50). No obstante, José rehusó levantar una pared de odio entre él y sus hermanos, que lo habían vendido como esclavo. Muchos años después, cuando una hambruna los puso frente a frente, José los trató bondadosamente, diciendo: «Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien […]. Y los consoló y les habló cariñosamente» (50:20-21), lo cual ayudó a recomponer la relación.
Hoy, hace 25 años que una barrera opresora construida por el hombre se abrió, ofreciendo libertad y reuniendo a familias y amigos.
Si hemos levantado paredes de enojo y separación entre nosotros y los demás, el Señor está dispuesto a ayudarnos a derribarlas, y puede hacerlo hoy.