Hoy, más que nunca, vivimos en una cultura descartable. Piensa un instante en algunos de los objetos descartables: hojas de afeitar, botellas de agua, encendedores, platos de papel, utensilios de comer plásticos. Estos productos se usan, se descartan y se reemplazan.
Esta cultura descartable también se refleja en aspectos más significativos. Muchas veces, el compromiso genuino en las relaciones interpersonales se considera opcional; los matrimonios luchan para sobrevivir; los empleados de larga data son despedidos antes de que se jubilen, para contratar otros con un salario menor; un atleta sumamente apreciado se va para competir en otro equipo. Parece que nada dura.
Sin embargo, nuestro Dios inmutable prometió que su misericordia y bondad permanecen para siempre. En el Salmo 136, el cantor celebra esta maravillosa promesa afirmando la grandeza, la obra y el carácter del Señor. Después, concluye cada declaración acerca de Dios con esta frase: «Porque para siempre es su misericordia». Ya sea que se trate de la maravilla de su creación (vv. 4-9), el rescate de su pueblo (vv. 10-20) o el tierno cuidado de los suyos (vv. 23-26), podemos confiar en Él porque su misericordia nunca falla. En un mundo fugaz, la permanencia de la misericordia del Señor nos da esperanza. Podemos cantar con el salmista: «Dad gracias al señor porque Él es bueno, porque para siempre es su misericordia» (v. 1 lbla).