Nunca olvidaré la vigilia de sentarme al lado de la cama de mi padre durante sus últimos días con nosotros antes de pasar a la eternidad. Hasta hoy, el momento en que falleció sigue ejerciendo un profundo efecto en mí. Mi papá siempre estaba dispuesto a ayudarme. Podía llamarlo cada vez que necesitaba un consejo. Tengo hermosos recuerdos de nuestros días de pesca juntos: hablábamos de Dios y de la Biblia, y yo le insistía para que contara historias cómicas de su juventud en la granja.
Pero, cuando respiró por última vez, tomé conciencia de la irreversibilidad de la muerte. Se había ido de este mundo, y mi corazón tenía un cartel en su puerta que decía: «Vacío».
Aun así, en medio de tal pérdida y dolor, la Palabra de Dios habla profundamente a los espacios vacíos. El apóstol Pablo nos enseña que, cuando el Señor Jesús vuelva, los que se hayan ido antes resucitarán primero y que nosotros «seremos arrebatados juntamente con ellos […] y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4:17). ¡Cuánto ansío que llegue el momento de esa reunión! No solo para reencontrarme con mi padre, sino también para estar con Jesús para siempre.
C. S. Lewis declaró: «Los creyentes en Cristo nunca dicen adiós». ¡Estoy aguardando ansiosamente esa reunión final!