Mientras pastoreaba una iglesia al principio de mi ministerio, mi hija me preguntó: «Papá, ¿somos famosos?». A lo cual, repliqué: «No, querida, no lo somos». Ella pensó por un instante y, después, dijo un poco indignada: «Bueno, ¡lo seríamos si más personas supieran sobre nosotros!».
¡Pobre hija! Solo siete años de edad y luchando ya con lo que muchos de nosotros batallamos durante toda la vida: el anhelo de obtener el reconocimiento que pensamos que merecemos.
Nuestro deseo de reconocimiento no sería un problema si no tendiéramos a quitar a Jesús del centro de nuestra atención. Estar concentrados en nosotros mismos lo deja fuera del cuadro.
La vida no puede girar alrededor de nosotros y de Jesús al mismo tiempo. Esto le da vital importancia a la declaración de Pablo al decir que consideraba «todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús» (Filipenses 3:8). Ante una elección entre él y Jesús, voluntariamente descartaba las cosas que atraerían la atención hacia sí mismo, para que pudiera concentrarse en conocer a Cristo y experimentar su presencia en su vida (vv. 7-8, 10).
Nosotros debemos decidir sobre lo mismo. ¿Viviremos para atraer la atención hacia nosotros o nos concentraremos en el privilegio de conocer a Jesús y experimentar una comunión más íntima con Él?