Suelo conocer personas que sirven en lugares y de maneras que consideran insignificantes. A menudo, las desanima la soledad y sienten que lo que hacen vale muy poco. Cuando las escucho hablar, pienso en uno de los ángeles del libro de C. S Lewis Más allá del planeta silencioso, que dijo: «Mi pueblo tiene una ley sobre no hablar de tamaños ni de números […]. Eso hace que reverencies las pequeñeces y pases por alto lo verdaderamente grande».
A veces, la cultura afirma que lo grande es mejor; que el tamaño es la verdadera medida del éxito. Una persona debe ser fuerte para resistir esta tendencia; en especial, si trabaja en un lugar pequeño. Pero nosotros no debemos «[pasar] por alto lo verdaderamente grande».
No es que lo números no importen (después de todo, los apóstoles contaban cuántos se habían convertido con ellos; ver Hechos 2:41). Los números representan seres vivientes con necesidades eternas. Todos debemos trabajar y orar para que una gran cantidad de personas entre en el reino, pero la autoestima no puede apoyarse en números.
Dios no nos llama a encontrar satisfacción en la cantidad de trabajo que hacemos para Él ni en el número de personas que forman parte de esa obra, sino a cumplir fielmente la tarea en su nombre. Servir a nuestro gran Dios con su fortaleza y de maneras pequeñas no es un trampolín hacia la grandeza; es la grandeza en sí.