Un día, después de ponerme mis anteojos de sol mientras conducía, mi hija los tomó y dijo: «Mamá, estos no son anteojos de sol; son solo lentes que están de moda». En broma, agregó: «Ya sé. Te los compraste porque te quedaban bien».
Está bien; debo admitir que mi hija me conoce bastante. Ni siquiera había pensado en los rayos ultravioleta ni en que esas gafas bloquearan el sol. En realidad, me gustó cómo me quedaban.
A la mayoría nos gusta lucir bien. Queremos dar la impresión de que «tenemos todo bajo control»… sin luchas, temores, tentaciones ni angustias.
Tratar de mantener una fachada de perfección en nuestra peregrinación espiritual no nos ayuda ni a nosotros ni a nuestros compañeros de viaje. Sin embargo, compartir con otros miembros del cuerpo de Cristo lo que nos sucede nos beneficia a nosotros y a ellos. Cuando somos un poco más transparentes, podemos hallar personas que están luchando al atravesar una situación similar. Además, cuando nuestra comunión con Dios crece y tomamos más conciencia de nuestro quebrantamiento e incompetencia, Él puede utilizarnos más para ayudar a otros.
Dejemos que Dios nos quite toda clase de pretensión «y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras» (Hebreos 10:24).