Si mi familia alguna vez se muda de la casa donde vivimos, ¡quiero sacar la puerta de la despensa y llevármela! Esa puerta es especial porque muestra cómo fueron creciendo mis hijos. De vez en cuando, mi esposo y yo los poníamos contra la puerta y hacíamos una marca con lápiz sobre sus cabezas. Según nuestro gráfico de crecimiento, ¡mi hija creció diez centímetros en solo un año!
Mientras que mis hijos crecen físicamente por ser esto un proceso natural de la vida, hay otra clase de crecimiento que ocurre con cierto esfuerzo: nuestro crecimiento espiritual a la semejanza de Cristo. Pedro exhortó a los creyentes a crecer «en la gracia y el conocimiento» de Jesús (2 Pedro 3:18). Afirmó que madurar en la fe nos prepara para el retorno de Cristo. El apóstol deseaba que Jesucristo volviera y encontrara a los creyentes viviendo en paz y rectitud (v. 14), ya que consideraba que el crecimiento espiritual defendía a las personas ante la enseñanza que interpretaba incorrectamente la Palabra de Dios y las desviaba (vv. 16-17).
Aun cuando nos sintamos desanimados y desconectados de Dios, podemos recordar que Él nos ayudará a avanzar en nuestra fe al hacernos más semejantes a su Hijo. Su Palabra nos asegura que «… el que comenzó en [nosotros] la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Filipenses 1:6).