A veces, cuando la gente me pregunta cómo estoy, respondo: «Mejor de lo que merezco». Recuerdo que una persona bienintencionada me dijo: «Ay, no, Joe, mereces mucho»; a lo cual contesté: «En realidad, no». Pensaba en lo que de verdad merezco: el juicio divino.
Fácilmente, olvidamos la pecaminosidad que yace en lo profundo de nuestro ser. Al creernos más de lo que somos, disminuye nuestro sentido de profunda deuda a Dios por su gracia. Olvidamos el precio que pagó para rescatarnos.
¡Es hora de recapacitar! Como nos recuerda el salmista, Dios «no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados» (Salmo 103:10). Si consideramos quiénes somos a la luz de un Dios santo y justo, lo único que merecemos de verdad es el infierno, y el cielo es una imposibilidad absoluta… si no fuera por el regalo del sacrificio de Cristo en la cruz. Si Dios no hiciera nada más después de habernos redimido, ya habría hecho mucho más de lo que merecemos. Con razón el salmista declara: «… como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen» (v. 11).
Si somos conscientes de nuestra verdadera condición, no podemos evitar decir: «¡Sublime gracia del Señor!». ¡Nos da tanto más de lo que merecemos!