«Qué saludable luce tu cabello —me comentó mi peluquera después de hacerme un nuevo corte—. Espero que se deba a que usas nuestros productos». «No, lo lamento —contesté—. Uso productos baratos y que tienen un aroma agradable». Pero después añadí: —También intento comer bien. Creo que eso hace una gran diferencia.
Cuando pienso en todo lo que hacemos para lucir bien, recuerdo algunas cosas que realizamos para guardar una buena apariencia espiritual. Jesús trató este tema con los líderes religiosos de Jerusalén (Mateo 23). Ellos seguían una serie de normas religiosas complicadas, que sobrepasaban completamente las que Dios les había dado. Se esforzaban por guardar las apariencias frente a sus compatriotas, para probar que eran mejores que los demás. Pero sus esfuerzos no impresionaban a Dios. Jesús les dijo: «… limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia» (v. 25). En realidad, lo que hacían los fariseos para lucir bien delante de los demás revelaba su desastrosa condición interior.
Cada sociedad valora distintas conductas y tradiciones religiosas, pero los valores del Señor trascienden las culturas. Y lo que Él valora no se mide por lo que ven los demás. A Dios le importa que tengamos un corazón limpio y motivaciones puras. La salud espiritual se expresa de adentro hacia fuera.