Descubrí que administrar un acuario de agua salada no es tarea fácil. Tenía que utilizar un laboratorio químico portátil para monitorear los niveles de nitrato y el contenido de cloro. Agregaba vitaminas, antibióticos, sulfato y enzimas. Filtraba el agua a través de fibra de vidrio y carbón.
Tal vez pienses que mis peces estaban agradecidos, pero no es así. Cuando mi sombra se asomaba encima del tanque para alimentarlos, se sumergían para esconderse en el caparazón más cercano. Yo era demasiado grande para ellos; no comprendían mi proceder. No sabían que mis actos eran misericordiosos. Modificar su percepción hubiese requerido alguna forma de encarnación: tendría que haberme convertido en pez y «hablar» con ellos de alguna manera que pudieran entender, lo cual era imposible.
Según las Escrituras, Dios, el Creador del universo, hizo algo que parece imposible. Descendió a la Tierra en forma humana, como un bebé. Juan declara: «el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció» (1:10). Por eso, Él, que creó la materia, tomó forma dentro de ella, tal como un escritor podría convertirse en un personaje dentro su propia obra. El Señor escribió una historia, con personajes reales, en las páginas de la historia verdadera. «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros» (v. 14).