Viajaba con un grupo de hombres cuando detectamos a una familia varada al costado del camino. Mis amigos detuvieron el automóvil de inmediato para ayudarlos. Lograron poner el motor en funcionamiento, hablaron con el matrimonio y les dieron dinero para comprar combustible. Cuando la mujer les agradecía una y otra vez, ellos respondieron: «Es un placer ayudarlos, y lo hacemos en el nombre de Jesús». Cuando seguimos camino, pensé en la naturalidad con que estos amigos ayudaron a esas personas necesitadas y reconocieron que el Señor era la fuente de su generosidad.
Pedro y Juan exhibieron esa misma actitud generosa y llena de gozo cuando sanaron a un paralítico que mendigaba en la puerta del templo de Jerusalén (Hechos 3:1-10). Esto hizo que los arrestaran y los llevaran ante las autoridades, las cuales preguntaron: «¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?». Entonces, Pedro respondió: «Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, […] sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano» (Hechos 4:7-10).
La bondad es fruto del Espíritu (Gálatas 5:22) y un contexto poderoso en el cual hablarles de manera genuina a los demás sobre el Señor Jesucristo.