Tengo un amigo que parece ser mejor que yo en todo. Es más inteligente, reflexiona con mayor discernimiento y sabe dónde encontrar mejores libros para leer. Incluso, juega mejor al golf. Pasar tiempo con él me desafía a convertirme en una persona mejor y más reflexiva. Su patrón de la excelencia me incentiva a cosas más importantes.
Esto enfatiza un principio espiritual: es crucial que dediquemos tiempo a la Palabra de Dios para poder vincularnos con la persona de Cristo. Leer sobre su amor incondicional nos impulsa a amar sin demandas. Su misericordia y la gracia abundante que derrama sobre los más indignos hacen que me avergüence de mi tendencia a no perdonar y a buscar venganza.
Descubro que mi gratitud aumenta cuando me doy cuenta de que, a pesar de mi pecado, el Señor me ha vestido con la hermosura de su justicia perfecta. Sus caminos asombrosos y su sabiduría sin igual me motivan y transforman. Es difícil estar satisfecho con mi vida tal como es cuando, en su presencia, soy impulsado a parecerme más a Él.
El apóstol Pablo nos invita a disfrutar contemplando a Cristo. Al hacerlo, «somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen» (2 Corintios 3:18).