Durante la histórica campaña de Billy Graham en Los Ángeles, en 1949, la gran carpa con capacidad para más de 6.000 personas estuvo repleta todas las noches durante ocho semanas. Cerca de allí, había otra tienda más pequeña, para consejería y oración. Cliff Barrows, director de música e íntimo amigo y colaborador de Graham durante muchos años, suele decir que la verdadera obra de evangelización tenía lugar en «la carpa pequeña», donde la gente se reunía y oraba de rodillas antes y después de cada reunión. Una mujer residente de esa ciudad, Pearl Goode, fue el corazón de aquellas reuniones de oración y de muchas que le siguieron.
El apóstol Pablo, en su carta a los seguidores de Cristo en Colosas, les aseguró que él y sus compañeros oraban siempre por ellos (Colosenses 1:3, 9). Al concluir, mencionó a Epafras, uno de los fundadores de esa iglesia, el cual «siempre [rogaba] encarecidamente por [ellos] en sus oraciones, para que [estuvieran] firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere» (4:12).
A algunos se les concede la tarea de predicar el evangelio desde una posición donde todos los ven: en «la carpa grande». Pero Dios nos ha concedido a todos, tal como lo hizo con Epafras y Pearl Goode, el gran privilegio de arrodillarnos en «la carpa pequeña» y, en oración, poner a otros delante del trono de Dios.