Muchos nos hacemos diferentes promesas para señalar el comienzo de un nuevo año: voy a ahorrar más, hacer más ejercicio o pasar menos tiempo en Internet. Empezamos el año con buenas intenciones, pero poco después, los viejos hábitos nos tientan a volver a nuestras antiguas prácticas. Ocasionalmente, cometemos un desliz; después, lo hacemos con más frecuencia; y más tarde, todo el tiempo. Al final, es como si nuestra resolución no hubiese existido nunca.
En vez de escoger nuestras propias metas de mejoramiento personal, un enfoque más apropiado sería preguntarnos: ¿Qué quiere el Señor de mí? A través del profeta Miqueas, Dios reveló que desea que hagamos lo correcto, que seamos misericordiosos y que caminemos humildemente con Él (Miqueas 6:8). Todas estas cosas se relacionan con el mejoramiento del alma más que con la superación personal.
Gracias a Dios, no tenemos que depender de nuestra propia fuerza. El Espíritu Santo tiene el poder para ayudar a los creyentes a crecer espiritualmente. La Palabra de Dios declara que Él es capaz de «[fortalecernos] con poder en el hombre interior por su Espíritu» (Efesios 3:16).
Así que, al comenzar un nuevo año, decidamos ser más como Cristo. El Espíritu nos ayudará mientras busquemos caminar humildemente con Dios.